Desde la puerta de "La Crónica", Zabalita mira la
avenida Tacna, sin amor:
Automóviles, edificios desiguales y descoloridos,
esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En
qué momento se había jodido el Perú?.
Los canillitas merodean entre los vehículos
detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa
a andar, despacio, hacia la Colmena.
Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado
por transeúntes que avanzan, también, hacia la plaza San Martín. Él era como el
Perú, se había jodido en algún momento. Piensa: Pero¿en cuál?.
Frente al Hotel Crillón un perro viene a lamerle
los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. ¡El Perú jodido! –piensa- ¡mi
amigo Carlitos jodido!, todos jodidos. Dice: no hay solución [...]; Santiago se acuerda de esta pequeña introduccion en su libro de colegio, una obra que marcó casi la gran parte de su infancia.
¿La
pregunta seguirá vigente hasta el día de
hoy?, se pregunta Santiago: ¿En qué momento se jodió el Perú?, ¿Qué habrá pasado
con Zabalita?, y acaso
¿seguirá más jodido el Perú?.
Sale del aeropuerto Jorge Chavez y lo primero que hace es ir a una librería que se encuentra cerca del aeropuerto, para comprar el segundo libro escrito por Mario Vargas Llosa, su
escritor favorito, toma un taxi, guarda su equipaje en la maletera del vehículo
y se sienta cómodo para empezar a leer su primer capítulo, toma al
rededor de un par de horas
más para llegar de vuelta a su
antiguo barrio y -¿cómo terminó el Perú?-, se pregunta.
Hace ya décadas que el mismo autor, premio nobel de
literatura, busca una solución a su propia interrogante en las calles y siempre termina con las mismas respuestas:
"Es que los peruanos siempre terminamos echándole la culpa a quienes nos han gobernado"
Es mas
fácil decir para nosotros que
nuestro Perú se hundió por la reforma agraria de Velasco, o por que el arquitecto no le dio importancia al terrorismo, o por culpa del primer gobierno de Alan y su tren cargado de inflación e
inoperancia económica, por culpa del autogolpe, los vladivideos y la corrupción
en el gobierno Fujimori, por culpa de los whiskies y la hora cabana, por culpa
de la mayoría de la clase política que gobernó y gobierna el Perú y que sigue
viviendo en el escándalo y en la corrupción.
Pero Santiago más
allá de todo esto, piensa: por más
que queramos deslindar nuestra responsabilidad por la crisis social que asfixia
al Perú, nosotros los peruanos,
compartimos demasiados hábitos que nos hacen parecidos a quienes culpamos y
criticamos.
Porque por ejemplo, -se dice- "Aun creemos que la criollada se tiene que celebrar como si fuera parte
de nuestro orgullo nacional".
Somos
vivos, y por eso ganamos los
trabajos no por nuestro esfuerzo o talento, nos colamos en la fila para que nos atiendan primero, otras veces aceleramos
en ámbar y nos pasamos la luz roja, porque así llegamos más rápido, somos tan
vivos que robamos la señal de cable,
robamos electricidad y no nos consideramos ladrones, reclamamos que haya justicia
y se acabe la corrupción, pero le pagamos veinte soles a un policía para que no nos ponga papeleta, o al juez para que
abogue por nuestra causa, jamás le damos el pase a un transeunte en el cruce peatonal por que en el Perú, si no eres vivo no eres
nadie.
¿Pero si
somos tan vivos?- se pregunta- ¿por qué tiramos la basura en la calle?, como si la ciudad
perteneciera a cualquiera menos a nosotros, ¿por qué estamos tan interesados en saber que vedette trampea con que jugador?, en vez de conocer algo sobre nuestra historia, nuestra economía,
nuestra literatura o al menos saber cuáles son nuestros derechos más
elementales, ¿porqué dejamos que un paquete de fideos, un taper, una gorrita o un calendario regalado sea el mejor argumento
de un político para llevarse nuestro voto?, porque cuando algún
peruano hace algo bueno decimos
que parece hecho en el extranjero, como si eso fuese más meritorio, porque no
nos sentimos orgullosos de nuestra diversidad cultural y porque si somos tan
vivos seguimos alimentando este círculo vicioso que no nos deja avanzar como
sociedad y nación.
Es cierto -se dice asi
mismo-, que nuestros niveles
educativos dan pena, y si queremos llegar a ser un país con posibilidades de
desarrollo se tiene que invertir en escuelas y capacitar a los maestros, pero
de que nos servirá una buena educación fuera de casa, cuando dentro educamos a
nuestros hijos dándoles el peor ejemplo.
Es cierto
que se necesitan medidas urgentes para frenar la ola de delincuencia y
violencia que azota al país. Pero ¿de que
nos servirá pacificar las calles cuando en nuestros hogares la violencia física y psicológica parece haberse
institucionalizado?, es
cierto que se necesita una verdadera reforma judicial para que en el Perú se
pueda hablar de justicia, pero de que servirá lograrlo cuando la mayoría de
nosotros sigue avalando la ley del más fuerte, del más rico, del más vivo, del más
criollo, donde jueces y fiscales bailan al compás del que mejor les revienta la
mano, utilizandolos como
si fueran marionetas de trapo.
Es cierto
que necesitamos mejores leyes de inclusión social y muchísimos más proyectos de
integración. Pero de que nos servirán estas leyes y proyectos si hasta el día
de hoy la publicidad y televisión peruana define nuestros estratos socioeconómicos por el color de la
piel y a nadie le parece raro, si hasta el día de hoy seguimos avergonzándonos
de nuestras diferencias o sintiéndonos superiores por estas mismas diferencias.
Es cierto
que es mucho más fácil de echarles la culpa de absolutamente todo a
nuestros gobernantes, a la televisión basura, a las inmensas transnacionales,
a los congresistas, alcaldes, a los cholos, chinos,
morenos, gringos, españoles, o hasta a
los propios chilenos.
Pero la
realidad es que el Perú se hunde en exacta proporción a esa viveza que alimentamos
todos día tras día - piensa- nosotros somos la materia prima con la que se hace este país, y si no corregimos
nuestros hábitos, si nuestra materia prima sigue adulterada, cualquier producto
que hagamos también saldrá adulterado, y por mas logros que obtengamos en
nuestra económica, en los deportes, en las artes, en nuestra gastronomía, por mas orgullosos que nos sintamos de nuestros representantes, de
nuestra historia, de nuestras maravillas, o de nuestra creatividad, si no
cambiamos estos hábitos seguiremos preguntándonos ¿En qué momento se jodio el
Perú?.
Santiago, cansado hasta
el hartazgo de tantas conclusiones sóbrias para él sobre el concepto del Perú
y de los peruanos, sale del restaurante de donde ya lleva sentado
casi una hora y se dirige como por premonición propia o por obra casi inexplicable del
mismo destino, siguiendo la descripcion precisa a la cual hace referencia el autor, y llegando así al lugar exacto de donde su libro describe la muy famosa
conversacion en la “Catedral”.
Después de un par de horas de búsqueda, llega a
la antigua cantina donde conversaban imaginariamente sus dos personajes, se sienta cerca de la barra y se pide un vaso con wiski. Se queda contemplando la curiosa descripcion que hace Vargas Llosa sobre este lugar.
Un anciano cantinero le sigue con la mirada desde
hace ya varios minutos pero Santiago ni cuenta se dá de que esto sucede en realidad.
Después de un tiempo más de acabado su segundo vaso
con wiski, mientras mira como
discuten unos compadres sobre el partido de futbol del día de ayer en la mesa
de al frente, Santiago comienza a formular sus propias respuestas en la cabeza,
es muy dificil escontrale una respuesta a una pregunta tan sencilla y a la vez
tan agobiante, mientras que metros más allá, el anciano que está en el otro lado de la barra se le acerca y le
hace una pregunta muy improvisada y algo dubitativa:
…¿Es Ud. el señor
Santiago?
Santiago
mueve la cabeza como contestando afirmativamente, termina de dar un sorbo a su vaso con wiski, luego voltea su rostro muy someramente hacia el anciano y le dice,- bueno, efectivamente
señor,...pero; ¿Cómo es que conoce mi nombre?- le pregunta con bastante extrañeza.
Eso no es de importancia para nadie ahora – le
responde el anciano, y con una sonrisa,
derrepente expresando alguna alegría aún palpitante en su corazón, y con una voz débil y ronca le vuelve a decir:
Tengo ya reservada una mesa para Ud. señor Santiago,- le dice el viejo mientras camina hacia el otro extremo de la barra, se adentra y luego
de un momento sale nuevamente- por cierto
que ésta mesa ya lleva
reservada desde hace mucho tiempo atrás para su llegada.
¿para mí?,-responde Santiago- “Pero quien me ha de querer reservar una mesa”, …no lo entiendo
-Esto más que una pregunta para el viejo cantinero
le suena como una pregunta hecha para sí mismo-.
Una mesita vacía sobre un antiguo balcón ya
crujiente al contacto con las
primeras pisadas, hecho de madera tallada, una botellita de pisco, un
vasito; y el ejemplar de un libro. –¡Que diablos!- se dice Santiago, leyendo un mensaje escrito a puño y pluma sobre la guarda anterior de la portada de este nuevo libro:
“…¡Qué!...
¿Sorprendido?... Seguro que ya ni te acordabas.” –comienza
a leer en el libro-
“Si estás leyendo
esto, es que ya han pasado casi veinte años.
Espero que no hayas perdido pelo o ganado arrugas”.
"Como te conozco, y me conozco, y sé que como
humanos podemos haber olvidado algunas cosas que aprendimos hace veinte años,
he decidido redactarlas en la primera página
de este libro, mi tercer libro publicado hace ya algunos años, tan solo para
recordártelas".
"Recuerda que hubo un tiempo en el que fuimos compatriotas,
no solamente amigos, o compañeros, o hermanos ni mucho menos simples conocidos. En el que para encontrar el camino hacia cualquier lado, nos guiábamos por la simple curiosidad y la amabilidad
de los transeúntes, no por una simple aplicación de celular que se utiliza hoy en día; y no necesitábamos
reserva para pasar una gran noche, y tú lo sabes".
“Si eres feliz, cierra este libro…”
[…]; […]; [...]
[...]; [...]
[...]
-“Ah, veo que
sigues ahí”-
"Recuerda que aquí siempre tuviste tiempo para
hacer amigos y para aprender cosas nuevas".
Aprender que hubo un tiempo en el que el mundo
entero decía “No se puede” y la ilusión de un país como el nuestro demostró que
el mundo estaba equivocado.
Y sobre todo, recuerda que la vida es solo una inmensa
sucesión de momentos, tanto dentro de un país como en el de una sola persona, y
que depende de nosotros mismos el cómo las
deseemos seguir viviendo.
Y bueno: “Después de visitado, recorrido, descubierto
y vivido en los lugares donde hayas estado durante todos estos veinte años, o bueno, donde hayamos vivido
durante todo este tiempo, recuerda por favor, cuando estuvimos viviendo en
nuestra patria, nuestra eterna casa, la casa que
siempre nos seguirá esperando… la casa que no le importaba si eras pobre o rico ...¡el Perú! y lo
dichosos que nos sentíamos todos nosotros, a pesar de la pobreza que nos hundía
y todas las peripecias que pasamos de jóvenes,… pero por sobre todo lo orgulloso que nos sentimos siempre… de
ser peruanos”...
Para un buen amigo y lector de siempre.
Atte. De su amigo y escritor favorito
-M.V.L.-.
Eran las cinco y treinta de la tarde, Santiago, que no tenía razón alguna para llorar, pero que sin embargo estaba llorando, "eran casi veinte años tratando de responder una simple pregunta" - se dijo - cerró el libro, alzó la mirada por
sobre el balcón de madera y recuerda que no vio nunca jamás un sol tan ardiente y resplandeciente,
como el intenso Sol de los antiguos incas, brillando sobre el anaranjado atardecer de uno de los cielos mas grises.
Sobre sus faldas una urbe colosal donde se erguían gigantescas
industrias, centros comerciales, boulevares, ciudades, escuelas, universidades,
distritos, parques, museos, avenidas, puentes y hospitales.
Edificios vertiginosos, que iban abriéndose paso de
diestra a siniestra entre todas estas cosas, mostrándose ante sus ojos como un
panorama esplendoroso, luces, alegría, fiesta, colores y sabores, todos
concentrados en una sola ciudad madre acogedora de todas las sangres, como por arte de magia, como si el
propio Dios hubiera provocado todo esto como por capricho y voluntad propia, Santiago, fascinado hasta el alma, perplejo y sintiendo
como el correr de su propio éxtasis le fluía hasta por los poros del cuerpo, de las
manos, de sus brazos, ¡hasta el alma!, impresionado por lo que estaba viendo y
viviendo, abrió la primera pagina del libro y leyó como título de portada una
nueva pregunta para Zabalita:
-¿En que momento se levantó el Perú?-.
[Un breve relato compuesto en el inicio por una breve entrada que hace Mario Vargas Llosa en su obra "Conversacion en la Catedral"]. Aquí todos los enlaces que fueron tomados para la composicion de este relato.:

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