martes, 1 de noviembre de 2016

Un breve relato,“Sobre los antiguos gigantes del Tahuantinsuyo”, escrita por el Inca Garcilazo de la Vega.


Capitulo IX del Libro Noveno, el cual lleva como título: “De los gigantes que hubo en aquella región y de la muerte de ellos”, capitulo contenido en la obra “Comentarios Reales de los Incas”, escrita por el inca Garcilazo de la Vega, manuscrito dirigido a la excelentísima princesa Doña Catalina, infanta de Portugal, publicada en el año de 1906 en la ciudad de Lisboa.
[...]Antes que salgamos de esta región, será bien que demos cuenta de una historia notable y de grande admiración, que los naturales de ella tienen por tradición de sus antepasados, de muchos siglos atrás, de unos gigantes que dicen fueron por la mar a aquella tierra y desembarcaron en la punta que ahora nosotros la llamamos como “Punta de Santa Elena”.
[…]. Cuentan los naturales, por relación que oyeron de sus padres, la cual ellos tuvieron y tenían de mucho tiempo atrás, que vinieron por la mar en unas balsas de juncos, a manera de grandes barcas, unos hombres tan grandes, que tenía tanto uno de ellos de la rodilla abajo como un hombre de los comunes en todo el cuerpo, aunque fuese de buena estatura, y que sus miembros conformaban con la grandeza de sus cuerpos tan disformes, que era cosa monstruosa ver las cabezas, según eran grandes, y los cabellos, que les allegaban a las espaldas. Los ojos, señalaban, que eran tan grandes como pequeños platos; afirman que no tenían barbas y que venían vestidos algunos de ellos con pieles de animales, y otros con la ropa que les dio natura, y que no trajeron mujeres consigo; los cuales, como llegasen a esta punta, después de haber en ella hecho su asiento a manera de pueblo (que aun en estos tiempos hay memoria de los sitios de estas cosas que tuvieron), como no hallasen agua, para remediar la falta que de ella sentían hicieron unos pozos hondísimos, obra por cierto digna de memoria, hecha por tan fortísimos hombres como se presume que serían aquéllos, pues era tanta su grandeza.

Y cavaron estos pozos en peña viva, hasta que hallaron el agua, y después los labraron desde ella hasta arriba de piedra, de tal manera que durara muchos tiempos y edades; en los cuales hay muy buena y sabrosa agua, y siempre tan fría que es gran contento beberla.
 "Habiendo, pues, hecho sus asientos estos crecidos hombres, y teniendo estos pozos o cisternas de donde bebían, todo el mantenimiento que hallaban en la comarca de la tierra que ellos podían hollar lo destruían y comían, tanto que dicen que uno de ellos comía más vianda que cincuenta hombres de los naturales de aquella tierra; y como no bastase la comida que hallaban para sustentarse, mataban mucho pescado en la mar, con sus redes y aparejos, que según razón tenían. Vinieron en grande aborrecimiento de los naturales, porque por usar con sus mujeres las mataban, y a ellos hacían lo mismo por otras causas. Y los indios no se hallaban bastantes para matar a esta nueva gente que había venido a ocuparles sus tierras y señoríos; aunque se hicieron grandes juntas para platicar sobre ello, pero no lo osaron acometer. 

Pasados algunos años, estando todavía estos gigantes en esta parte, como les faltasen mujeres y las naturales no les cuadrasen por su grandeza, o porque sería vicio usado entre ellos por consejo e inducimiento de algún maldito demonio, usaban unos con otros el pecado nefando de la sodomía, tan grandísimo y horrendo, el cual usaban y cometían pública y descubiertamente, sin poca vergüenza de sí mismos; y afirman todos los naturales que su Dios, no siendo servido de disimular pecado tan malo, les envió el castigo conforme a la fealdad del pecado; y así dicen que, estando todos juntos envueltos en su sodomía, vino fuego del cielo, temeroso y muy espantable, y haciendo un gran ruido, bastante resplandeciente, como con una lanza tajante y muy refulgente, con la cual de un solo golpe los mató a todos, y el fuego los consumió, que no quedó sino algunos huesos y calaveras, que por memoria del castigo quiso su Dios que quedasen sin ser consumidos del fuego. 


Esto dicen de los gigantes, lo cual creemos que pasó porque, en esta parte que dicen, se han hallado y se hallan huesos grandísimos, y yo he oído a españoles que han visto pedazo de muela que juzgaban que, a estar entera, pesara más de media libra carnicera; y también que habían visto otro pedazo de hueso de una canilla, que es cosa admirable contar cuán grande era, lo cual hace testigo haber pasado; porque sin esto se ve adónde tuvieron los sitios de los pueblos y los pozos o cisternas que hicieron.

Querer afirmar o decir de qué parte o por qué camino vinieron éstos, no lo puedo afirmar con precision porque no lo sé. "Este año de mil y quinientos y cincuenta oí yo contar, estando en la Ciudad de los Reyes, que siendo el ilustrísimo Don Antonio de Mendoza visorrey y gobernador de la Nueva España, se hallaron ciertos huesos en ella de hombres tan grandes como los de estos gigantes, y aún mayores; y sin esto también he oído, antes de ahora, que en un antiquísimo sepulcro se hallaron en una ciudad al norte que lleva el nombre de ciudad de México, o en otra parte de aquel reino, ciertos huesos de gigantes. Por donde se puede tener, pues tantos lo vieron y lo afirman, que hubo estos gigantes, y aun podrían ser todos unos. 


"En esta punta de Santa Elena, que como tengo dicho está en la costa del Perú, en los términos de la ciudad de Puerto Viejo, se ve una cosa muy de notar, y es que hay ciertos ojos y mineros de alquitrán tan perfecto, que podrían calafatear con ello a todos los navíos que quisiesen, porque mana. Y este alquitrán debe ser algún minero que pasa por aquel lugar, el cual sale muy caliente", etc. Hasta aquí es de Pedro de Cieza, que lo sacamos de su historia, porque se verá la tradición que aquellos indios tenían de los gigantes y la fuente manantial de alquitrán que hay en aquel mismo puesta, que también es cosa notable.[…].

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