jueves, 27 de octubre de 2016

Un relato universal," El manual del Guerrero de la Luz" de Paulo Coelho

[…] Años después, siendo ya un hombre, el muchacho regresó a la aldea y a la playa de su infancia. Esta vez no pretendía rescatar ningún tesoro del fondo del mar; tal vez todo aquello había sido fruto de su imaginación, y jamás había escuchado las campanas sumergidas en una tarde perdida de su infancia. Aun así, resolvió pasear un poco para de nuevo oír el ruido del viento y el canto de las gaviotas. Cuál no sería su sorpresa al ver, sentada en la arena, a la misma mujer que le había hablado de la misteriosa isla con su templo hace ya varios años.

- ¿Qué hace usted aquí? – preguntó el niño.
 - Esperar por ti - respondió ella.

Él se fijó en que, aunque habían transcurrido muchos años, la mujer conservaba la misma apariencia: el velo que escondía sus cabellos no parecía descolorido por el tiempo. Ella le ofreció un cuaderno azul, con las hojas en blanco. - Escribe:

“Un guerrero de la luz presta atención a los ojos de un niño. Porque ellos saben ver el mundo sin amargura. Cuando él desea saber si la persona que está a su lado es digna de confianza, procura verla como lo haría un niño. - ¿Qué es un guerrero de la luz? - Tú lo sabes - respondió ella, sonriendo -. Es aquel que es capaz de entender el milagro de la vida, luchar hasta el final por algo en lo que cree, y entonces, escuchar las campanas que el mar hace sonar en su lecho.

Él jamás se había creído un guerrero de la luz. La mujer pareció adivinar su pensamiento. - Todos son capaces de esto. Y nadie se considera un guerrero de la luz, aun cuando todos sepamos que él lo sea. Él miró las páginas del cuaderno. La mujer sonrió de nuevo. - Escribe sobre el guerrero - le dijo.

Un guerrero de la luz nunca olvida la gratitud. Durante su lucha, es ayudado por todos y cada uno de sus ángeles; las fuerzas celestiales colocaron cada cosa en su lugar y permitieron que él pudiera dar lo mejor de sí. Los compañeros comentan: "¡Qué suerte tiene!". Y el guerrero a veces consigue mucho más de lo que su capacidad permite. Por eso, cuando el sol se pone, se arrodilla y agradece el Manto Protector que lo rodea. Su gratitud, no obstante, no se limita al mundo espiritual; él jamás olvida a sus amigos, porque la sangre de ellos se mezcló con la suya en el campo de batalla. Un guerrero no necesita que nadie le recuerde la ayuda de los otros; él se acuerda solo y reparte con ellos la recompensa.

Todos los caminos del mundo llevan hasta el corazón del guerrero; él se zambulle sin vacilar en el río de las pasiones que siempre corre por su vida. El guerrero sabe que es libre para elegir lo que desee; sus decisiones son tomadas con valor, desprendimiento y - a veces - con una cierta dosis de locura. Acepta sus pasiones y las disfruta intensamente. Sabe que no es necesario renunciar al entusiasmo de las conquistas; ellas forman parte de la vida y alegran a todos los que en ellas participan. Pero jamás pierde de vista las cosas duraderas, y los lazos creados con solidez a través del tiempo. Un guerrero sabe distinguir lo que es pasajero de lo que es definitivo.

Un guerrero de la luz no cuenta solamente con sus fuerzas; usa también la energía de su adversario. Al iniciar el combate, todo lo que él posee es su entusiasmo y los golpes que aprendió mientras se entrenaba. A medida que la lucha avanza, descubre que el entusiasmo y el entrenamiento no son suficientes para vencer: se necesita experiencia. Entonces él abre su corazón al Universo y pide inspiración a Dios, de modo que cada golpe al enemigo sea también una lección de defensa para él. Los compañeros comentan: "¡Qué supersticioso es!, paró la lucha para rezar, y respeta los trucos de su adversario". El guerrero no responde a estas provocaciones. Sabe que, sin inspiración ni experiencia, ningún entrenamiento da resultado.

Un guerrero de la luz jamás hace trampas; pero sabe distraer a su adversario. Por más ansioso que esté, juega con los recursos de la estrategia para alcanzar su objetivo. Cuando ve que están acabando sus fuerzas, hace que el enemigo piense que no tiene prisa. Cuando necesita atacar por la derecha, mueve sus tropas hacia el lado izquierdo. Si pretende iniciar la lucha inmediatamente, finge tener sueño y se prepara para dormir. Los amigos comentan: "Ved cómo ha perdido su entusiasmo". Pero él no hace caso de los comentarios, porque los amigos no conocen sus tácticas de combate. Un guerrero de la luz sabe lo que quiere, y no necesita dar explicaciones.

Un guerrero de la luz sabe que ciertos momentos se repiten. Con frecuencia se ve ante los mismos problemas y situaciones que ya había afrontado; entonces se deprime, pensando que es incapaz de progresar en la vida, ya que los momentos difíciles reaparecen. "¡Ya pasé por esto!", se queja él a su corazón. "Realmente tú ya lo pasaste - responde el corazón -, pero nunca lo sobrepasaste". El guerrero entonces comprende que las experiencias repetidas tienen una única finalidad: enseñarle lo que no quiere aprender.

Un guerrero de la luz siempre hace algo fuera de lo común. Puede bailar en la calle mientras se dirige a la lucha, mirar los ojos de un desconocido y hablar de amor a primera vista, defender una idea que puede parecer ridícula. Los guerreros de la luz se permiten tales días. No tiene miedo de llorar antiguas penas, ni de alegrarse con nuevos descubrimientos. Cuando siente que llegó el momento, lo abandona todo y parte hacia su aventura tan soñada. Cuando entiende que está en el límite de su resistencia, sale del combate, sin culparse por haber hecho alguna locura inesperada. Un guerrero no pasa sus días intentando representar el papel que los otros escogieron para él.

Todo guerrero de la luz ya tuvo alguna vez miedo de entrar en combate.
Todo guerrero de la luz ya traicionó y mintió en el pasado.
Todo guerrero de la luz ya recorrió un camino que no le pertenecía.
Todo guerrero de la luz ya sufrió por cosas sin importancia.
Todo guerrero de la luz ya creyó que no era un guerrero de la luz.
Todo guerrero de la luz ya falló en sus obligaciones espirituales.
Todo guerrero de la luz ya dijo sí cuando quería decir no.
Todo guerrero de la luz ya hirió a alguien a quien amaba.
Por eso es un guerrero de la luz; porque pasó por todo eso y no perdió la esperanza de ser mejor de lo que era.

Dice un poeta: "El guerrero de la luz escoge a sus enemigos". Él sabe de lo que es capaz; no necesita andar por el mundo contando sus cualidades y virtudes. Sin embargo, a cada momento aparece alguien queriendo probar que es mejor que él. Para el guerrero, no existe "mejor" o "peor"; cada uno tiene los dones necesarios para su camino individual. Pero ciertas personas insisten. Provocan, ofenden, hacen todo lo posible para irritarlo. En este momento, su corazón dice: "No aceptes las ofensas, ellas no aumentarán tu habilidad. Te cansarás inútilmente". Un guerrero de la luz no pierde su tiempo escuchando provocaciones; él tiene un destino que debe ser cumplido. […]

NOTA: Fragmentos del best Seller “El Manual del Guerrero de la Luz” del famoso escritor Paulo Coelho. 

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Un breve relato quechua,"La leyenda Inkari"

“Con los siglos crecerá vuestra gloria”… “como crece la sombra cuando el sol declina", esta frase se encuentra inmortalizada a la posteridad sobre una piedra maciza de granito en la plaza de armas del distrito de Azángaro en Puno, ¿Quiénes la hicieron? antiguos patriotas quechuas que se las dedicaron a Simón Bolívar por motivo de su honrosa llegada, allá por el año 1825.

Este mismo significado, tan arraigado en la comunidad andina, de la espera ferviente de una nueva temporada de abundancia y prosperidad para sus tierras, tal vez, en un periodo de tiempo no tan cercano todavía, otrora felicidad andina de antiguos tiempos, momentos gratos para ellos, en donde gobernaban muy dichosos los antiguos hijos del sol, este mismo significado es que tiene y tuvo la ya muy difundida leyenda del Inkari por esos tiempos de genocidio.

“Eran pocos y vinieron del norte, ¿Por qué nos vencieron? la pólvora y sus caballos, esos que no conocíamos en estas tierras. Esa fue la ventaja de los invasores.”

“Pizarro mató al Inca en Cajamarca y se abalanzó sobre el Cusco. A golpes de hacha entró en el sagrado Templo y nos fue quitando la vida, uno a uno así, a cada hijo del sol que encontró a su paso; que le impedía su camino”.

¡Lo destruyeron todo!. Convirtieron en lingotes los tesoros antiguos, los brazaletes, hasta las estatuas de llamas de oro macizo que adornaban el Qorikancha, maravillas guardadas durante todas nuestras generaciones. No respetaron nada, ni a las momias de nuestros antepasados.

Cayó el imperio de los hijos del Sol, y comenzó uno a uno, cabeza por cabeza, uno de los tal vez, peores genocidios ocurridos sobre la faz de la tierra.

Cristianizados a la fuerza, obligados a escoger entre la cruz o la espada, los quechuas supieron mantener su idioma, sus tradiciones y sus dioses, pues este mismo quechua se sigue hablando en el Ecuador, en Perú, Bolivia, en el norte de Argentina y Chile. Quince millones de personas siguen empleando la lengua inca.

“Cuando llega la noche larga, el solsticio de invierno, celebramos el Inti Raimi. Le pedimos al dios Sol que vuelva, que nos siga esperando, que no se aleje de nosotros.”

Después de degollar a Tupac Amaru en la plaza del Cusco, su cuerpo fue descuartizado. Enviaron la cabeza a Tinta, donde había nacido. Los brazos a Tungasuca, las piernas a Livitaca. El resto fue quemado y arrojado al río. Uno de los antiguos indigenistas relata:
“Coronarán con sangre su cabeza; sus pómulos con golpes y con clavos sus costillas”.
“Le harán morder el polvo. Lo golpearán: ¡Y no podrán matarlo!, lo pondrán en el centro de la plaza, boca arriba mirando el infinito. Querrán romperlo y no podrán romperlo”.

“Querrán matarlo y no podrán matarlo. Querrán descuartizarlo, triturarlo, mancharlo, pisotearlo”…”Tiempo depués de todos sus sufrimientos, cuando ya se crea todo consumado, gritando libertad sobre la tierra, ha de volver. ¡Y no podrán matarlo!”.
¡Inkarri!… “Inkarri”… Inkarri… Tupac Amaru no ha muerto… Tupac Amaru vuelve…
Dicen los indios que sus cenizas están vivas. Que bajo tierra los miembros despedazados de Tupac Amaru están buscándose, juntándose, para volver, para liberar a su pueblo. Dicen que son las mismas almas de los antiguos hijos del sol las que le repiten al Qorikancha: “inkarri”… “inkarri”… “el Inca Rey no ha muerto”.

También alegan que ahora sus brazos son los indígenas del Chimborazo en Ecuador, que sus piernas son los campesinos del Chapare boliviano. Que su memoria se recupera en Santiago del Estero, al sur, y su sangre aún mana en Pasto, por los lados de Colombia.

“Llegará un día cuando su cuerpo se vuelva a juntar, y esto tendrá lugar en algún punto cardinal del Perú profundo, tal vez sean los antiguos quechuas, ... o tal vez sean los actuales peruanos. Ese día amanecerá en el anochecer. Y se alzará nuevamente el arcoiris, una “wiphala” en el cielo, anunciando un suspiro de paz,… de justicia y de igualdad para estas tierras ”.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Un breve relato, "La historia del huevo" de Bristow Bovey Darrel


Hace muchas, muchas lunas, cuando los animales todavía reinaban sobre la Tierra y los humanos merodeaban por las montañas, había un joven llamado Xam Pu. .(Así se llamaba. Os lo juro. Pero si os distrae podemos llamarlo Xam).

Xam era joven pero muy buen cazador. Era capaz de seguir el rastro de un avestruz por una llanura pedregosa con los ojos vendados con el taparrabos (cosa que siempre impresionaba a las chicas) y era muy hábil con la cerbatana. Por las noches solía jadear y resoplar en la cama y, cuando su madre le preguntaba: «¿Qué haces?.», él contestaba: «Estoy practicando el arte de la cerbatana. » Ella siempre le respondía: «Muy bien, pero pon las manos donde yo las vea».

Xam soñaba con cazar un elefante del desierto, pues creía firmemente que un joven cazador sólo llegaba a ser un hombre de verdad cuando lograba seguir el rastro de aquel poderoso animal y conseguía matarlo.
¿Te suena esta historia?. ¿Sueñas tú con cazar el elefante del desierto?. ¿Jadeas y resoplas en la cama?. Por supuesto, tu elefante del desierto quizá no sea un elefante de verdad. A estas alturas creo que podemos revelar, sin temor a estropear el final de la historia, que el elefante del desierto es una metáfora. Quizá no vivas cerca de un desierto. Quizá tu elefante sea un prestigioso coche alemán. O tal vez se trate del éxito, la fama y la admiración de tus compañeros. O quizá sea la señorita Gómez, tu profesora de historia en quinto. Hay tantos elefantes como tipos de queso. Bueno, seguramente aún más.

Un día, unos chicos un poco mayores se dirigieron a Xam: «Vamos a partir en busca del elefante del desierto y no volveremos hasta dentro de varios días con sus respectivas noches. Queremos que vengas con nosotros. Eres muy hábil con la cerbatana y, nunca se sabe, tal vez nos topemos con un avestruz y una llanura pedregosa, aunque, si no te importa preferiríamos que prescindieras del numerito del taparrabos. »

Con el corazón henchido de alegría, Xam fue a pedirle permiso a su madre. Y su madre dijo:
«Ni hablar. »
Y Xam dijo: «De acuerdo, pero ¿puedo quedarme a dormir en la cabaña de mi amigo Par Ket?.
Y dijo su madre. «De acuerdo, pero si vuelves dentro de un mes arrastrando un elefante del desierto, vas a saber lo que es bueno. »

Evidentemente Xam se juntó a los chicos un poco mayores y emprendió el viaje en busca del poderoso elefante del desierto. A pesar de que viajaban ligeros de equo como era común en esa época, cargaban con unos huevos de avestruz que habían vaciado y llenado de agua, y cerrándolos luego con un tapón de cuero. A medida que avanzaban por las amplias planicies, cada uno iba enterrando sus huevos de avestruz y dejando una señal en la arena.

¿Acaso es así tu vida?. ¿Dejas atrás cosas importantes, tal vez incluso personas importantes, con la esperanza de volver a encontrarlas más adelante?. (Le he dado muchas vueltas, pero aún no entiendo muy bien qué significan las señales en la analogía. Sin embargo, no podía dejar de mencionarlas porque, tal como veremos, son fundamentales para la historia.)

Como había salido de casa precipitadamente, Xam sólo había tenido tiempo de llevarse una cáscara de huevo de avestruz: una enorme que enterró bajo un baobab.

Transcurrieron muchos días con sus respectivas noches, y los jóvenes siguieron avanzando por las ardientes arenas del desierto africano Sólo se detuvieron cuando llegaron al mar, y aun así ya se había metido hasta las rodillas cuando uno de ellos sugirió que era hora de dar media vuelta.

Durante el viaje de regreso, vieron las huellas del poderoso elefante del desierto y se lanzaron en su búsqueda. Caminaron, y caminaron siguiendo el rastro. Unos días más tarde, uno de los chicos un poco mayor carraspeo, le dio unos golpecitos en la espalda a Xam y le preguntó.

-Oye, ¿estás seguro de que vamos en la dirección correcta?.
Todos se detuvieron y se miraron unos a otros.
-¿Qué quieres decir?. -le preguntó Xam, un poco a la defensiva.
-¿Sabemos seguro qué parte de la huella del elefante del desierto es la de delante y qué parte
es la de detrás?.

Los otros chicos volvieron a mirarse y luego miraron a Xam. Éste examinó la huella.

-Bueno... --dijo lentamente y se calló porque no sabía qué decir.
-¿Habías visto antes la huella de un elefante del desierto?. -insistieron los chicos.

Xam, que hasta entonces había creído que alguno de los chicos los iba guiando, bajó la vista
lentamente y la fijó en la arena.
-No exactamente...

A continuación se produjo una escena muy fea en la que hubo de todo: arañazos, patadas, mordiscos y hasta maldiciones Cuando se acabó, iniciaron la larga marcha de regreso a casa.

-Podríamos seguir las huellas del elefante en la otra dirección -sugirió alguien en voz baja, aunque todo el mundo se alegró de que no lo repitiera.
¿Alguna vez te ha ocurrido algo parecido?. ¿Has seguido a tu elefante hasta lo más profundo del desierto antes de descubrir que no sabias si ibas o venias?. ¿Si?. Entonces habrás recibido una paliza de tus amigos... ¿No?. Ah, bueno: eso significa que los has escogido bien.
Así pues, los chicos reanudaron la marcha por el desierto. Mientras atravesaban una llanura pedregosa, a Xam le pareció ver la huella de un avestruz del desierto. Alzó la mirada, y estuvo a punto de decir algo. Sin embargo, al darse cuenta de que los otros chicos lo fulminaban con la mirada, decidió callarse la boca.

De vez en cuando, una de los chicos reconocía una pila de piedrecitas o una rama retorcida, excavaba en la arena para sacar el huevo que había enterrado y se bebía el agua o la compartía con un amigo. Sin embargo, nadie le ofrecía agua a Xam quien vivía del líquido que obtenía al estrujar pequeños lagartos y escorpiones. No estaba mal, pero no era lo mismo que un huevo gigante lleno de agua. Además, sacarle jugo a un escorpión no tiene nada de divertido: no se retuercen tanto como los lagartos pero tienen bastante mal genio. En esos momentos recordó que su madre lo estaría esperando en la cueva y deseó no haberse marchado.

Entonces, cuando llegaban a la parte más tórrida y árida del desierto, se desató una gran tormenta de viento que lo cubrió todo con una gruesa capa de arena. Todas las señales quedaron ocultas y nadie fue capaz de encontrar sus huevos de avestruz.

Siguieron caminando bajo un sol cada día más abrasador hasta que una mañana Xam vislumbró las ramas enroscadas de un baobab: su baobab. Atravesó corriendo la arena caliente, se arrodilló bajo el árbol y comenzó a cavar hasta que encontró el huevo enorme que se había llevado de casa. Al levantarlo, notó que pesaba menos que antes. Enseguida comprendió por qué., el tapón de cuero se había desprendido y toda el agua se había derramado en la arena.

Supongo que esto también te habrá ocurrido a ti alguna vez. A mi me ocurrió. Seguro que en algún momento no has masticado lo suficiente tu trozo de cuero y, por culpa de ello, se te ha desprendido del huevo de avestruz en el peor momento. Pero espera: ésta es la parte más importante.

Escucha y verás cómo Xam afrontó la situación. A pesar de sentirse desdichado por no haber hallado agua, Xam no quiso que sus compañeros se burlaran de él o lo agobiaran más, así que volvió a tapar el huevo con mucho cuidado y se lo llevó a donde estaban sus amigos. Todos lo miraron a la espera de que él se pusiera a beber el agua con actitud desafiante. Sin embargo, no lo hizo. Simplemente se lo puso bajo el brazo y, sin decir ni pío reanudó la marcha con el resto.

A medida que caminaban, los otros lo vigilaban por el rabillo del ojo, esperando que echara un trago del huevo. Pero se equivocaban. De vez en cuando se pasaba el huevo de un brazo al otro, como sí le pesara bastante, pero seguía sin beber ni decir nada.

Los otros estaban perplejos Se preguntaban: «¿Por qué no bebe del huevo de avestruz?.». Hasta que uno de ellos dijo:
-Quizá sabe algo que nosotros no sabemos. Tal vez sabe que estamos muy lejos de casa y que necesitará el huevo más adelante para sobrevivir en el viaje de regreso por este desierto.
Otro aventuró:
-Quizás está siendo noble. puede que no quiera beber mientras nosotros pasamos sed.
Otro añadió.
- Quizás está esperando a compartir el agua con nosotros cuando la necesitemos más...
Y todos pensaban:
«Quizá me dé agua si lo trato bien. ¡Quiero agua!.»
Así que todos empezaron a comportarse de manera distinta: volvieron a hablarle, compartieron con él sus trocitos de carne de antílope seca y le ayudaron a cazar lagartos y escorpiones para extraerles el jugo. Uno de los chicos mayores incluso le ofreció: « Cuando lleguemos a casa, ¿te gustaría salir con mi hermana?. Es más joven de lo que parece. »

Todos se ofrecían a llevarle el huevo de avestruz, pero Xam, por muy mal rastreador de elefantes que fuera, no era tonto y siempre declinaba muy educadamente. Y claro, cuanto menos hablaba, más convencidos estaban los demás de que guardaba un gran secreto.

Al llegar a casa, el resto de la comunidad enseguida reparo en que los chicos un poco mayores estaban pendientes de todo lo que hacía o decía Xam. Observaron que siempre compartían la comida con él, y se ofrecían para barrerle las piedrecitas y ramas que había en el suelo antes de acostarse.

Notaron esto y muchos otros detalles, con lo cual su respeto por Xam fue en aumento. Con el paso del tiempo, Xam se convirtió en el hombre más respetado y poderoso de la comunidad.


Así, Aam vivió feliz y comió perdiz (bueno, avestruz) hasta el día de su muerte.

NOTA: Este relato fué sacado del libro "Yo me he llevado tu queso" del famoso escritor Bristow Bovey Darrel.

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Una historia no muy grata, “El aplauso de la prensa chilena al criminal Lynch”

Ya muchos conocemos por historia que es lo que hizo Patricio Lynch en contra del Perú durante la infausta guerra del pacífico, y aunque en chile, algunos de sus politicos como el escritor Vicuña Mackenna, aborrecían sus terribles accionares , como sus hostilidades, violaciones, matanzas e incendios en los fundos del norte del Perú, habían  otro grupo de chilenos que aplaudían su labor a favor de los suyos.

Así fue que Patricio Lynch se ganó el aplauso y felicitaciones del gobierno y pueblo de Chile, el grado de almirante y cuantiosa fortuna personal, al guardar del saqueo oro para sí y sus oficiales.

En las cámaras chilenas se dijo sobre esa expedición:

"Los actos de la expedición Lynch, son actos de nuestro gobierno, y como tales afectan al senador como al último de los chilenos. Somos solidarios de esa obra, por más que otros, como el señor Vicuña Mackenna, no hayan aprobado sus operaciones. . . El país entero es responsable por los actos del señor Lynch".

En la sesión del 13 de diciembre exclamaron en el Senado:

"para que la guerra sea humana, es necesario que sea tremenda y terrible; la guerra humanitaria no hace más que embarazar las operaciones y hacer perder el tiempo. . . La expedición Lynch ha sido pues una operación bien llevada, que nos ha enseñado como debemos hacer la guerra".

Y en la cámara de diputados se expresó:

"A estas horas la expedición de Lynch pasea la tea del incendio en las poblaciones peruanas. Dudamos, preguntamos y pedimos declaraciones al ministerio, como si el soplo de la dinamita no hubiera paseado ya sobre esos pueblos y los hubiera devorado".

Mientras en las cámaras de Chile se aplaudió la depredación de Lynch. La prensa chilena exigió la destrucción del contendor, así "El Mercurio" del día 20 de setiembre de 1880, escribió:

"Toda la costa del Perú debe sufrir una tremenda retaliación, mientras llega el momento de que sobre los escombros humeantes de la misma ciudad de Lima se imponga a nuestros cobardes y aleves enemigos el castigo de sus inveteradas perfidias. . . Venganza y castigo es el grito unísono que exhala de todos los labios y de todos los corazones, y esa venganza y ese castigo deben ser inmediatos y tremendos".

Por su parte "Patria" del 30 de junio de 1880, expresó:

"El cañón chileno debe derribar las murallas de Ancón. Las balas de Chile deben convertir en ruinas los ranchos de la impúdica Chorrillos".


Por su parte "El Ferrocarril" también de Santiago el día 18, manifestó:

"Ni una choza, debe quedar en pie estando al alcance de nuestra artillería naval. . . nuestros buques deben sembrar por todas partes la desolación y el espanto. Preparemos el camino de nuestras fuerzas expedicionarias sobre Lima, abrasando las ciudades enemigas de la costa. Es necesario que la muerte y la destrucción, ejercida sin piedad en los hogares del Perú, no le deje un momento de aliento ni respiro y que sucumban al peso de nuestra superioridad militar. . .Hoy más que nunca se necesita obrar sin otro objetivo ni otra consideración que la de aniquilar completamente cuanto sea poder, recursos o fortuna para nuestros enemigos. . .La única respuesta que el gobierno de Chile debe dar a su pueblo, es encomendar a la escuadra la destrucción de toda la costa del Perú, y al ejército la toma de Lima a sangre y fuego. Dejar al Perú militarmente desarmado es poca garantía, es menester en sus industrias empobrecerlo, escarmentarlo en sus soldados y en las fortunas de sus ciudadanos, los rencores, el orgullo humillado, el anhelo de venganza acecharán las generaciones del pueblo peruano hasta que se ofrezca la menor coyuntura para volver a la lucha. Esta hora es menester demorarla; es menester que no llegue. . . Necesitamos crecer, prosperar, hacernos respetables en este continente donde todos nos odian y anhelan nuestra ruina. ADELANTE: QUE SEA LIMA EL CALVARIO DE LA EXPIACIÓN DE SUS HIJOS, Y LA HOGUERA DEL CASTIGO Y DE LA MUERTE".



Extracto de textos de los diferentes diarios chilenos durante la Guerra del Guano y el Salitre de 1879. 

Una historia poco conocida, “El hombre de la bandera” de Enrique Lopez Albujar

Fue en los días que pesaba sobre Huánuco una enorme vergüenza. No sólo era ya el sentimiento de la derrota, vista a la distancia como un desmedido y trágico incendio, ni el pavor que causan los ecos de la catástrofe, percibidos a través de la gran muralla andina, lo que los patriotas huanuqueños devoraban en el silencio conventual de sus casas solariegas, era el dolor de ver impuesta y sustentada por las "bayonetas chilenas" a una autoridad peruana, en nombre de una paz que rechazaba la conciencia pública. 

La lógica provinciana, rectilínea, como la de todos los pueblos de alma ingenua, no podía admitir, sin escandalizarse, esta clase de consorcios, en los que el vencido, por fuerte que sea, tiene que sentir a cada instante el contacto depresivo del vencedor. ¿Qué significaban esos pantalones rojos y esas botas amarillas en Huánuco, si la paz estaba ya en marcha y en la capital había un gobierno que nombraba autoridades peruanas en nombre de ella? El patriotismo no sabía responder a estas preguntas.

Sólo sabía que, en torno de esa autoridad, caída en Huánuco de repente, se agitaban hombres que días antes habían cometido, al amparo de la fuerza, todos los vandalismos que la barbarie triunfante podía imaginar. Un viento de humillación soplaba sobre las almas. Habríase preferido la invasión franca, como la primera vez; el vivir angustioso bajo el imperio de la ley marcial del chileno; la hostilidad de todas las horas, de todos los instantes; el estado de guerra, en una palabra, con todas sus brutalidades y exacciones. ¡Pero un prefecto peruano amparado por fuerzas chilenas!… Era demasiado para un pueblo cuya virilidad y soberbia castellana estuvieron siempre al servicio de las más nobles rebeldías.

Era lo suficiente para que a la vergüenza sobreviniera la irritación, la protesta, el levantamiento. Pero en esos momentos faltaba un corazón que sintiera por todos, un pensamiento que unificase a las almas, una voluntad que arrastrase a la acción. La derrota había sido demasiado dura y elocuente para entibiar el entusiasmo y el celo patrióticos. La razón hacía sus cálculos y de ellos resultaba siempre, como guarismos fatales, la inutilidad del esfuerzo, la esterilidad ante lo irremediable. Y al lado del espíritu de rebeldía se alzaba el del desaliento, el del pesimismo, un pesimismo que se intensificaba al verse a ciertos hombres —ésos que en todas partes y en las horas de las grandes desventuras saben extraer de la desgracia un beneficio o una conveniencia— paseando y bebiendo con el vencedor. II Pero lo que Huánuco no podía hacer iban a hacerlo los pueblos.

Una noche de agosto de 1883, cuando todas las comunidades de Obas, Pachas, Chavinillo y Chupán habían lanzado ya sobre el valle millares de indios, llamados al son de los cuernos y de los bronces, todos los cabecillas —una media centena— de aquella abigarrada multitud, reunidos al amparo de un canchón y a la luz de las fogatas, chacchaban silenciosamente, mientras uno de ellos, alto, bizarro y de mirada vivaz e inteligente, de pie dentro del círculo, les dirigía la palabra. —Quizás ninguno de ustedes se acuerde ya de mí. Soy Aparicio Pomares, de Chupán, indio como ustedes, pero con el corazón muy peruano. Los he hecho bajar para decirles que un gran peligro amenaza a todos estos pueblos, pues hace quince días que han llegado a Huánuco como doscientos soldados chilenos. ¿Y saben ustedes quiénes son esos hombres? Les diré. Ésos son los que hace tres años han entrado al Perú a sangre y fuego. Son supaypa-huachashgan y es preciso exterminarlos. Esos hombres incendian los pueblos por donde pasan, rematan a los heridos, fusilan a los prisioneros, violan a las mujeres, ensartan en sus bayonetas a los niños, se meten a caballo en las iglesias, roban las custodias y las alhajas de los santos y después viven en las casas de Dios sin respeto alguno, convirtiendo las capillas en pesebreras y los altares en fogones. En varias partes me he batido con ellos… En Pisagua, en San Francisco, en Tacna, en Tarapacá, en Miraflores… Y he visto que como soldados valen menos que nosotros. Lo que pasa es que ellos son siempre más en el combate y tienen mejores armas que las nuestras. En Pisagua, que fue el primer lugar en que me batí con ellos, los vi muy cobardes. Y nosotros éramos apenas un puñado así. Tomaron al fin el puerto y lo quemaron. Pero ustedes no saben dónde queda Pisagua, ni qué cosa es un puerto. Les diré. Pisagua está muy lejos de aquí, a más de trescientas leguas, al otro lado de estas montañas, al sur… Y se llama puerto porque está al pie del mar. —¿Cómo es el mar, taita? — exclamó uno de los jefes. —¿Cómo es el mar…? Una inmensa pampa de agua azul y verde, dos mil, tres mil veces más grande que la laguna Tuctu-cocha, y en la que puede caminarse días enteros sin tocar en ninguna parte, viéndose apenas tierra por un lado y por el otro no. Se viaja en buque, que es como una gran batea llena de pisos, y de cuartos y escaleras, movida por unos hornos de fierro que tragan mucho carbón. Y una vez adentro se siente uno mareado, como si se hubiese tomado mucha chacta.  

El auditorio dejó de chacchar y estalló en una estrepitosa carcajada. ¡Qué cosas las que les contaba este Pomares!… Habría que verlas. Y el orador, después de dejarles comentar a sus anchas lo del mar, lo de la batea y lo del puerto, reanudó su discurso. —Como les decía, esos hombres, a quienes nuestros hermanos del otro lado llaman chilenos, desembarcaron en Pisagua y lo incendiaron. Y lo mismo vienen haciendo en todas partes. Montan unos caballos muy grandes, dos veces nuestros caballitos, y tienen cañones que matan gente por docenas, y traen escondido en las botas unos cuchillos curvos, con los que les abren el vientre a los heridos y prisioneros. —¿Y por qué chilenos hacen cosas con piruanos? —interrogó el cabecilla de los Obas—. ¿No son los mismos mistis? —No, ésos son otros hombres. Son mistis de otras tierras, en las que no mandan los peruanos. Su tierra se llama Chile. —¿Y por qué pelean con los piruanos? —volvió a interrogar el de Obas. —Porque les ha entrado codicia por nuestras riquezas, porque saben que el Perú es muy rico y ellos muy pobres. Son unos piojos hambrientos.

El auditorio volvió a estallar en carcajadas. Ahora se explicaban por qué eran tan ladrones aquellos hombres: tenían hambre. Pero el de Obas, a quien la frase nuestras riquezas no le sonaba bien, pidió una explicación. —¿Por qué has dicho, Pomares, nuestras riquezas? ¿Nuestras riquezas son, acaso, las de los mistis? ¿Y qué riquezas tenemos nosotros? Nosotros sólo tenemos carneros, vacas, terrenitos y papas y trigo para comer. ¿Valdrán todas estas cosas tanto para que esos hombres vengan de tan lejos a querérnoslas quitar? —Les hablaré más claro —replicó Pomares—. Ellos no vienen ahora por nuestros ganados, pero sí vienen por nuestras tierras, por las tierras que están allá en el sur. Primero se agarrarán ésas, después se agarrarán las de acá. ¿Qué se creen ustedes? En la guerra el que puede más le quita todo al que puede menos. —Pero las tierras del sur son de los mistis, son tierras con las que nada tenemos que hacer nosotros —argulló nuevamente el obasino—. ¿Qué tienen que hacer las tierras de Pisagua, como dices tú, con las de Obas, Chupán, Chavinillo, Pachas y las demás? —Mucho. Ustedes olvidan que en esas tierras está el Cuzco, la ciudad sagrada de nuestros abuelos. Y decir que el misti chileno nada tiene que hacer con nosotros es como decir que si mañana, por ejemplo, unos bandoleros atacaran Obas y quemaran unas cuantas casas, los moradores de las otras, a quienes no se les hubiera hecho daño, dijeran que no tenían por qué meterse con los bandoleros ni por qué perseguirlos. ¿Así piensan ustedes desde que yo falto de aquí? —¡No! —contestaron a un tiempo los cabecillas. Y el obasino, casi convencido, añadió: —El que daña a uno de nuestra comunidad daña a todos. —Así es. ¿Y el Perú no es una comunidad? —gritó Pomares—. ¿Qué cosa creen ustedes que es Perú? Perú es muy grande. Las tierras que están al otro lado de la cordillera son Perú; las que caen a este lado, también Perú. Y Perú también es Pachas, Obas, Chupán, Chavinillo, Margos, Chaulán… y Panao, y Llata, y Ambo y Huánuco. ¿Quieren más? ¿Por qué, pues, vamos a permitir que mistis chilenos, que son los peores hombres de la tierra, que son de otra parte, vengan y se lleven mañana lo nuestro? ¿Acaso les tendrán ustedes miedo? Que se levante el que le tenga miedo al chileno. Nadie se levantó. En medio del silencio profundo que sobrevino a esta pregunta, sólo se veía en los semblantes el reflejo de la emoción que en ese instante embargaba a todos; una emoción extraña, jamás sentida, que parecía poner delante de los ojos de aquellos hombres la imagen de un ideal hasta entonces desconocido, al mismo tiempo que la voz del orgullo elevaba en sus corazones una protesta contra todo asomo de cobardía. Pero el viejo Cusasquiche, que era el jefe de los de Chavinillo, viejo de cabeza venerable y mirada de esfinge, dejando de acariciar la escopeta que tenía sobre los muslos, dijo, con fogosidad impropia de sus años: —Tú sabes bien, Aparicio, que entre nosotros no hay cobardes, sino prudentes. El indio es muy prudente y muy sufrido, y cuando se le acaba la paciencia embiste, muerde y despedaza. Tu pregunta no tiene razón. En cambio yo te pregunto ¿por qué vamos a hacer causa común con mistis piruanos? Mistis piruanos nos han tratado siempre mal. No hay año en que esos hombres no vengan por acá y nos saquen contribuciones y nos roben nuestros animales y también nuestros hijos, unas veces para hacerlos soldados y otras para hacerlos pongos [*] . ¿Te has olvidado de esto, Pomares? —No, Cusasquiche. Cómo voy a olvidar si conmigo ha pasado eso. Hace cuatro años que me tomaron en Huánuco y me metieron al ejército y me mandaron a pelear al sur con los chilenos. Y fui a pelear llevando a mi mujer y a mis hijos colgados del corazón. ¿Qué iba ser de ellos sin mí? Todos los días pensaba lo mismo y todos los días intentaba desertarme. Pero se nos vigilaba mucho. Y en el sur, una vez que supe por el sargento de mi batallón por qué peleábamos, y vi que otros compañeros, que no eran indios como yo, pero seguramente de mi misma condición, cantaban, bailaban y reían en el mismo cuartel, y en el combate se batían como leones, gritando ¡Viva el Perú! y retando al enemigo, tuve vergüenza de mi pena y me resolví a pelear como ellos. ¿Acaso ellos no tendrían también mujer y guaguas como yo? Y como oí que todos se llamaban peruanos, yo también me llamé peruano. Unos, peruanos de Lima; otros, peruanos de Trujillo; otros, peruanos de Arequipa; otros, peruanos de Tacna. Yo era peruano de Chupán… de Huánuco. Entonces perdoné a los mistis peruanos que me hubieran metido al ejército, en donde aprendí muchas cosas. Aprendí que Perú es una nación y Chile otra nación; que el Perú es la patria de los mistis y de los indios; que los indios vivimos ignorando muchas cosas porque vivimos pegados a nuestras tierras y despreciando el saber de los mistis siendo así que los mistis saben más que nosotros. Y aprendí que cuando la patria está en peligro, es decir, cuando los hombres de otra nación la atacan, todos sus hijos deben defenderla. Ni más ni menos que lo que hacemos por acá cuando alguna comunidad nos ataca. ¿Que los mistis peruanos nos tratan mal? ¡Verdad! Pero peor nos tratarían los mistis chilenos. Los peruanos son, al fin, hermanos nuestros; los otros son nuestros enemigos. Y entre unos y otros, elijan ustedes. Y Pomares, exaltado por su discurso y comprendiendo que había logrado reducir y conmover a su auditorio, se apresuró a desenvolver, con mano febril, el atado que tenía a su espalda, y sacó de él, religiosamente, una gran bandera, que, después de anudarla a un asta y enarbolarla, la batió por encima de las cabezas de todos, diciendo: —Compañeros valientes: esta bandera es Perú; esta bandera ha estado en Miraflores. Véanla bien. Es blanca y roja, y en donde ustedes vean una bandera igual allí estará el Perú. Es la bandera de los mistis que viven allá en las ciudades y también de los que vivimos en estas tierras. No importa que allá los hombres sean mistis y acá sean indios; que ellos sean a veces pumas y nosotros ovejas. Ya llegará el día en que seamos iguales. No hay que mirar esta bandera con odio sino con amor y respeto, como vemos en la procesión a la Virgen Santísima. Así ven los chilenos la suya. ¿Me han entendido? Ahora levántense todos y bésenla, como la beso yo. Y después de haber besado Pomares la bandera con unción de creyente, todos aquellos hombres sencillos, sugestionados por el fervor patriótico de aquél, se levantaron y, movidos por la misma inspiración, comenzaron a desfilar, descubiertos, mudos, solemnes, delante de la bandera, besándola cada uno, después de hacerle una humilde genuflexión y de rozar con la desnuda cabeza la roja franja del bicolor sagrado. Sin saberlo, aquellos hombres habían hecho su comunión en el altar de la patria. Pero Pomares, que todavía no estaba satisfecho de la ceremonia, una vez que vio a todos en sus puestos, exclamó:

—¡Viva el Perú! —¡Viva! —respondieron las cincuenta voces. —¡Muera Chile! —¡Muera! —¡A Huánuco todos! —¡A Huánuco! ¡A Huánuco! Había bastado la voz de un hombre para hacer vibrar el alma adormecida del indio y para que surgiera, enhiesto y vibrante, el sentimiento de la patria, no sentido hasta entonces. Y al día siguiente de la noche solemne, al conjuro del nuevo sentimiento, difundido ya entre todos por sus capitanes, dos mil indios prepararon las hondas, afilaron las hachas y los cuchillos, aguzaron las picas, limpiaron las escopetas y revisaron los garrotes. Nadie se detuvo a reflexionar sobre la superioridad de las armas del invasor. Se sabía que un puñado de hombres extraños, odiosos, rapaces, sanguinarios y violentos, venidos de un país remoto, había invadido por segunda vez su capital, y esto les bastaba. Aquella invasión era un peligro, como muy bien había dicho Pomares, que despertaba en ellos el recuerdo de los abusos pasados.

La paz de que se hablaba en Huánuco era una mentira, una celada que el genio diabólico de esos hombres tendía a su credulidad, para sorprenderles y despojarles de sus tierras, incendiarles sus chozas, devorarles sus ganados y violarles a sus mujeres. Las mismas violencias cometidas con ellos secularmente por todos los hombres venidos del otro lado de los Andes, del mar, desde el wiracocha [*] barbudo y codicioso, que les arrasó su imperio, hasta este soldado de calzón rojo y botas amarillas de hoy, que iba dejando a su paso un reguero de cadáveres y ruinas. Era preciso, pues, destruir ese peligro, levantarse todos contra él, ya que el misti peruano, vencido y anonadado por la derrota, se había resignado, como la bestia de carga, a llevar sobre sus lomos el peso del misti vencedor. Después de dos días de marcha, recta y arrolladora, por quebradas y cumbres —marcha de utacas [*]— aquel torrente humano que, más que hombres en son de guerra, parecía el éxodo de una horda, guiado por la bandera de Aparicio Pomares, coronó en la mañana del ocho de agosto las alturas del Jactay, es decir, vino a acampar en las mismas puertas de Huánuco, y, una vez allí, comenzó a retar al orgulloso vencedor. Aquel reto envolvía una insólita audacia; la audacia de la carne contra el hierro, de la honda contra el plomo, del cuchillo contra la bayoneta, de la confusión contra la disciplina. Pero era un rasgo que vindicaba a la raza y que venía a percutir hondamente en el corazón de un pueblo, dolorido y desconcertado por la derrota. La aparición de aquellos sitiadores extraños fue una sorpresa, no sólo para los huanuqueños sino para la misma fuerza enemiga.

Los primeros, hartos de tentativas infructuosas, de fracasos, de decepciones, en todo pensaban en esos momentos menos en la realidad de una reacción de los pueblos del interior; la segunda, ensoberbecida por la victoria, confiada en la ausencia de todo peligro y en el amparo moral de una autoridad peruana, que acababa de imponer en nombre de la paz, apenas si se detuvo a recoger los vagos rumores de un levantamiento. Aquella aparición produjo, pues, como era natural, el entusiasmo en unos y el desconcierto en otros. Mientras las autoridades políticas preparaban la resistencia y el jefe chileno se decidía a combatir, el vecindario entero, hombres y mujeres, viejos y niños, desde los balcones, desde las puertas, desde los tejados, desde las torres, desde los árboles, desde las tapias, curiosos unos, alegres, otros, como en un día de fiesta, se aprestaban a presenciar el trágico encuentro. Serían las diez de la mañana cuando éste se inició. La mitad de la fuerza chilena, con su jefe montado a la cabeza, comenzó a escalar el Jactay con resolución. Los indios, que en las primeras horas de la mañana no habían hecho otra cosa que levantar ligeros parapetos de piedra y agitarse de un lado a otro, batiendo sus banderines blancos y rojos, rastrallando sus hondas y lanzando atronadores gritos, al ver avanzar al enemigo, precipitáronse a su encuentro en oleadas compactas, guiados, como en los días de marcha, por la gran bandera de Aparicio Pomares. Éste, con agilidad y resistencia increíbles, recorría las filas, daba un vítor aquí, ordenaba otra cosa allá, salvaba de un salto formidable un obstáculo, retrocedía rápidamente y volvía a saltar, saludaba con el sombrero las descargas de la fusilería, se detenía un instante y disparaba su escopeta, y en seguida, mientras un compañero se la volvía a cargar, empuñaba la honda y la disparaba también. Y todo esto sin soltar su querida bandera, paseándola triunfal por entre la lluvia del plomo enemigo, asombrando a éste y exaltando a la ciudad, que veía en ese hombre y en esa bandera la resurrección de sus esperanzas. Y el asalto duró más de dos horas, con alternativas de avances y retrocesos por ambas partes, hasta que habiendo sido derribado el jefe chileno de un tiro de escopeta, disparado desde un matorral, sus soldados, desconcertados, vacilantes, acabaron por retirarse definitivamente. Esta pequeña victoria, humilde por sus proporciones y casi ignorada, pero grande por sus efectos morales, bastó para que, horas después, al amparo de la noche, los hombres de la paz y los hombres del saqueo evacuaran furtivamente la ciudad. Huánuco, cuna de héroes y de hidalgos, acababa de ser libertada por los humildes shucuyes del Dos de Mayo.


Al día siguiente, cuando los indios, triunfantes, desfilaron por las calles, precedidos de trofeos sangrientos y de banderines blancos y rojos, una pregunta, llena de ansiedad y orgullo patriótico, corría de boca en boca: «¿Dónde está el hombre de la bandera?». «¿Por qué no ha bajado el hombre de la bandera?». Todos querían conocerle, abrazarle, aplaudirle, admirarle. Uno de los cabecillas respondió: —Pomares no ha podido bajar; se ha quedado herido en Rondos. Efectivamente, el hombre de la bandera, como ya le llamaban todos, había recibido durante el combate una bala en el muslo derecho. Su gente optó por conducirlo a Rondos y de allí, a Chupán, a petición suya, en donde, días después, fallecía devorado por la gangrena. Antes de morir tuvo todavía el indio esta última frase de amor para su bandera: —Ya sabes, Marta; que me envuelvan en mi bandera y que me entierren así. Y así fue enterrado el indio chupán Aparicio Pomares, el hombre de la bandera, que supo, en una hora de inspiración feliz, sacudir el alma adormecida de la raza. De eso sólo queda allá, en un ruinoso cementerio, sobre una tumba, una pobre cruz de madera, desvencijada y cubierta de líquenes, que la costumbre o la piedad de algún deudo renueva todos los años en el día de los difuntos.

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Una breve historia, “Arica no se rinde” de Ricardo Palma

Eran las primeras horas de la mañana del sábado 5 de junio de 1880.

Los rayos del tibio sol matinal caían sobre las paredes azules de una casita de modesta apariencia, situada en la falda del cerro de Arica y en dirección a la calle real del puerto.

Un soldado del batallón granaderos de Tacna, con el rifle al brazo, hacía su facción de centinela en la puerta de la casita.

Quien hubiera penetrado en la pieza principal, que mediría diez metros de largo por seis de ancho, habría visto por todo humildísimo mueblaje una tosca mesa de pino, obra reciente del carpintero del Manco Capac; unos pocos sillones desvencijados, y ana gran banca con pretensiones de sofá, trabajo del mismo escoplo y martillo. Al fondo y cerca de una ventana aún entornada había una de esas ligeras camas de campaña que para nosotros, sibaritas de la ciudad, sería lecho de Procusto, más que mueble de reposo para el fatigado cuerpo.

Sentado junto a la mesa en el menos estropeado de los sillones, y esgrimiendo el lápiz sobre un plano que delante tenía, hallábase aquella mañana un anciano de marcial y expansivo semblante, de pera y bigote canos, mirada audaz y frente despejada. Vestía pantalón de paño grana con cordoncillo de oro, paletot azul con botones de metal militarmente abrochado, y kepis con el distintivo de jefe que ejerce mando superior.

Era el coronel Francisco Bolognesi.

No nos proponemos escribir la biografía del noble mártir de Arica; pues por bellas que sean las páginas de su existencia, la solemne majestad de su último día las empequeñece y vulgariza. En su vida de cuartel y de salón vemos sólo al hombre que profesaba la religión del deber, al cumplido caballero, al soldado pundonoroso; pero sus postreros instantes nos deslumbran y admiran como las irradiaciones espléndidas de un sol que se hunde en la inmensidad del Océano.

Un capitán avanzó algunos pasos hacia la mesa, y cuadrándose militarmente dijo:

-Mi coronel, ha llegado el parlamento del enemigo.
-Que pase -contestó Bolognesi, y se puso de pie.

El oficial salió, y pocos segundos después entraba en la sala un gallardo jefe chileno que vestía uniforme de artillero. Era el sargento mayor don Cruz Salvo.

-Mis respetos, señor coronel -dijo, inclinándose cortésmente el parlamentario.
-Gracias, señor mayor. Dígnese usted tomar asiento.


Salvo ocupó el sillón que le cedía Bolognesi, y éste se sentó en el extremo del sofá vecino. Hubo algunos segundos de silencio que al fin rompió el parlamentario diciendo:

-Señor coronel, una división de seis mil hombres se encuentra casi a tiro de cañón de la plaza...

-Lo sé -interrumpió con voz tranquila el jefe peruano-; aquí somos mil seiscientos hombres decididos a salvar el honor de nuestras armas.

-Permita usted, señor coronel -continuó Salvo-, que le observe que el honor militar no impone sacrificio sin fruto; que la superioridad numérica de los nuestros es como de cuatro contra uno; que las mismas ordenanzas militares justifican en su caso una capitulación, y que estoy autorizado para decirlo, en nombre del general en jefe del ejército de Chile, que esa capitulación se hará en condiciones que tanto honren al vencido como al vencedor.

Está bien, señor mayor -repuso Bolognesi sin alterar la impasibilidad de su acento-; pero estoy resuelto a quemar el último cartucho.

El parlamentario de Chile no pudo dominar su admiración por aquel soldado, encarnación del valor sereno, y que parecía fundido en el molde de los legendarios guerreros inmortalizados por el cantor de la Ilíada. Clavó en Bolognesi una mirada profunda, investigadora, como si dudase de que en esa alma de espartano temple cupiera resolución tan heroica. Bolognesi resistió con altivez la mirada del mayor Salvo, y éste, levantándose, dijo:

-Lo siento, señor coronel. Mi misión ha terminado.
Bolognesi, acompañó hasta la puerta al parlamentario, y allí se cambiaron dos ceremoniosas cortesías. Al transponer el dintel volvió Salvo la cabeza, y dijo:

-Todavía hay tiempo para evitar una carnicería..., medítelo usted, coronel.

Un relámpago de cólera pasó por el espíritu del gobernador de la plaza, y con la nerviosa inflexión de voz del hombre que se cree ofendido de que lo consideren capaz de volverse atrás de lo una vez resuelto, contestó:

-Repita usted a su general que quemaré hasta el último cartucho.


Minutos más tarde Bolognesi convocaba para una junta de guerra a los principales jefes que le estaban subordinados. En ella les presentó, exagerarlo, el sombrío y desesperante cuadro de actualidad, y después de informarlos sobre la misión del parlamentario, les indicó su decisión de quemar hasta el último cartucho, contando con que esta decisión sería también la de sus compañeros de armas.

El entusiasmo como el pánico han sido siempre una chispa eléctrica. La palabra desaliñada, franca, tranquila y resuelta del jefe de la plaza halló simpática resonancia en aquellos viriles corazones. El hidalgo Joaquín Inclán y el intrépido Justo Arias, dos viejos coroneles en quienes el hielo de los años no había alcanzado a enfriar el calor de la sangre; el tan caballeresco como infortunado Guillermo More; el circunspecto jefe de detall Mariano Bustamante, y el impetuoso comandante Ramón Zavala, fueron los primeros, por ser también los de mayor categoría militar, en exclamar: «¡Combatiremos hasta morir!».

Y la exclamación de ellos fue repetida por todos los jefes jóvenes, como los dos hermanos Cornejo, Ricardo O'Donovan, Armando Blondel, casi un niño, con la energía de un Alcides, y el denodado Alfonso Ugarte, gentil mancebo que en la hora del sacrificio y perdida toda esperanza de victoria clavó el acicate en los flancos del fogoso corcel que montaba, precipitándose caballo y caballero desde la eminencia del Morro en la inmensidad del mar. ¡Para tan gran corazón, sepulcro tan inconmensurable!

Y todos, Inclán, Arias, More, Zavala, Bustamante, los Cornejo, O'Donovan y Blondel, en la tan sangrienta como gloriosa hecatombe de Arica, hecatombe que mi pluma rehúsa describir porque se reconoce impotente para pintar cuadro de tan indescriptible grandeza, todos, a la vez que Francisco Bolognesi, cayeron cadáveres mirando de frente el pabellón de la patria y balbuceando en su última agonía el nombre querido del Perú.

La única satisfacción que nos queda a los que sabemos aquilatar el valor de las almas heroicas, es ver cómo los pueblos convierten en objeto de su cariño entusiasta, dándoles con el transcurso de los años proporciones gigantescas, a los hombres que supieron llevar hasta el sacrificio y el martirio el cumplimiento del deber patriótico. Manifestaciones espontáneas del sentimiento público, que se extienden más allá de la tumba, nos revelan que la superioridad se impone de tal modo, que cuando se abate para siempre una existencia como la de Francisco Bolognesi, el espíritu que se desprende del cuerpo inerte es imán que atrae y cautiva el amor y el respeto de generaciones sin fin.

El coronel Bolognesi fue uno de esos hombres excepcionales, que llegan a una edad avanzada con el corazón siempre joven y capaz de por todo lo noble, generoso y grande. Su gloriosa muerte es un ideal moral que vive y le sobrevivirá al través de los siglos, para alentarnos con el recuerdo de su abnegación heroica de patricio y de soldado.

Nosotros conocimos y tratamos a Bolognesi ya en la nebulosa tarde de su existencia; pero para nuestros hijos, para los hombres del mañana, que no alcanzaron la buena suerte de estrechar entre sus manos la encallecida y vigorosa diestra del valiente patriota, su nombre resonará con la pudorosa vibración del astro que se rompe en mil pedazos.

De nadie como de Francisco Bolognesi pudo decir un poeta:
«Si tu afán era subir
y alzarte hasta el infinito
ansiando dejar escrito
tu nombre en el porvenir,
bien puedes en paz dormir,
bajo tu sepulcro, inerte,
mientras que la patria, al verte,
declara enorgullecida
que si fue hermosa tu vida
fue más hermosa tu muerte».
NOTA: Extracto de uno de los cuentos del famoso libro Tradiciones Peruanas del reconocido escritor Ricardo Palma.

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martes, 25 de octubre de 2016

Un cuento para tí, "El viejo y el recién nacido"

[…], Erwin recordó el momento preciso de su desvanecimiento, recordó sus manos débiles y arrugadas y se asustó muchísimo, una sensación de pesadez le recordó que estaba enfermo aquel día, agarró un espejo y miró su vejez por ultima vez, dio varios respiros profundos, no había nadie en la sala todavía, se postró nuevamente poniendo su pesada cabeza sobre la almohada, dio un fuerte suspiro de alivio y cerró los ojos con el que sería tal vez, uno de los últimos de sus últimos latidos, pensó que sería todo negro en aquel momento, pero no necesariamente fue así en aquel instante, fuertes recuerdos de todo lo que había vivido le comenzaron a zumbar la cabeza tanto así que lo mareaban, fotos, imágenes, tal vez recuerdos, y es así como se presenta la muerte, todos estos flotaban encima de la cama de Erwin, sus sueños , pesadillas, los momentos gratos, los no tan gratos, los días vividos, un niño , un joven, un adulto, todas sus versiones estaban al costado, hasta la de ya viejo, todo lo que en su mente tuviera como recuerdo, todo se le acercaba tan profundo a los ojos que hasta los volvía a sentir como si fuera el "hoy" mismo, hasta su aroma, si, el aroma de una comida de casa, el olor agradable de un pan recién salido del horno de su casa, todo lo reconocía muy bien, hasta los pasos de su madre, su risa tierna, sus cumpleaños, el grito profundo de su nombre por parte de su padre, ¡Erwin!, ¡Erwin!,... Erwin ya era viejo, no entendía porque volvía a tener esos recuerdos, su primera enamorada, su primer beso, su primera noche a solas, todo esto, Erwin no lo entendía muy bien y le daba sensaciones un poco orates ya, algo le hacia doler la cabeza y le daba mareos, ganas de vomitar, pero ya era viejo, y no solo eso sino que también estaba agonizando, el dolor de ver a alguien partir era tan intenso para él, mas no sentía eso igual para consigo mismo, era un sin fin de recuerdos que Erwin le dio a la vida y que ella también se los devolvía recordándoselos, por fin se sintió contento, se sintió feliz, se sintió tranquilo consigo mismo, sus recuerdos le hicieron ver que había sido una persona buena en esta vida, y todo esto fue tomado con mucha agrado por la luna, sintió un gran desvanecimiento después de muerto, como cuando alguien te empuja inesperadamente mientras gritas pero ya nadie escuchó nada, sus imágenes fueron desvaneciéndose vertiginosamente nublándose hasta encontrar la oscuridad de una habitación fría, un solo llanto, ¿pero de quien?, ¿una voz?, ¿varias voces?, pero de quien ¿o quienes?, Erwin no entendía nada, mientras  escuchaba el murmullo de varias personas, ¿varias?, sus ojos no entendían nada de lo que estaba pasando, su lento mirar le imposibilitaba entender que era lo que sucedía allá afuera, pronto así, tan simple como el romper de burbujas de detergente al vuelo como si fueras un niño, olvidó todo lo que hasta hace unos momento había vuelto a vivir con bastante extrañeza, sintió su luz al final de su camino, de su túnel, acercándosele poco a poco, ¿Qué me espera?, se preguntó por primera vez, -pero todo esto nos llegará a suceder en cualquier momento- ¿Quién soy?, se preguntaba, un extraño llanto le imposibilitaba mantenerse concentrado en sus pensamientos, poco a poco así , sintió la luz de vuelta delante de sus ojos, sus conocimiento se hicieron nulos y se olvidó de todo, unas suaves manos lo cargaron y se sintió pequeño de vuelta, una sensación ya casi extraña, un sin numero de emociones aun palpitantes en su pequeño cuerpo le hicieron dar un gemido extraño, un terrible llanto, poco a poco así,el señor de la Blanca Luna, el que todo lo ve y todo lo siente, le dio un nuevo comienzo, una nueva vida estaba comenzando, una nueva vida que cambiaría tal vez el rumbo de la historia, una nueva vida que de repente sería la continuación de la otra, ¡tal vez!

Un cuento para jóvenes, "Una villana muy cercana"



..."Una carta llegó a sus manos sigilosamente, cayendo lentamente como cual pluma deja caerse por la comodidad del viento, sus marchitas puntas la hacían parecer extrañamente vieja pero ésta, sinceramente era la más vivaz y sutil de las cartas jamás escritas por una persona tal cual, sucumbió a sus manos luego de que se deslizara inusitadamente por debajo de su puerta."

...Mi muy añorada Yvanna...
Le he pedido a la noche, me conceda un momento contigo a solas, y aunque no me compete hacerlo, siento una ambición tan grande de lograr este tan esperado encuentro.

No te imaginas realmente cuantas noches he esperado esta rauda oportunidad, en que la luna- cruel por cierto- me dé la tan esperada venia para estar otra vez contigo, no quiero que te alarmes al leer esta carta- de la cual estoy seguro de que no tardará mucho en caer en tus manos- presiento que te dará tristeza, o tal vez nostalgia, quizás, y en esto no estoy completamente seguro de mí mismo, no sientas ni el más mínimo sentimiento para conmigo después de leerla. No sabes cuánto recuerdo los primeros días en el que nos conocimos, solo quiero, amada mía, que cierres los ojos por un instante y recrees conmigo esa tarde en el antiguo Stalingrado ¿recuerdas?, esos labios rojos y tu pálido rostro, el viento silbando a tu oído, mientras caían pequeños copos de nieve sobre tu cuaderno, las personas mucho más detrás tuyo bailaban sin parar, conmemorando un aniversario más de nuestra amada patria, la plaza Roja lucia alborotada y se escuchaban aun gritos de zozobra entre la multitud, ¡era espectacular!, el momento ideal y preciso para gritarle a los cuatro vientos lo mucho que yo te quería, y ¿recuerdas Moscú amada mía?, y aunque fuera en un lejano momento, casi trece años por cierto, yo los recuerdo aun con mucho ahínco, tanto así como recuerdo la primera rosa que te regale cerca de la plaza de San Petersburgo, y tu repentina sorpresa al mirarla aparecer como por arte de magia de la palma de mi mano, ¿recuerdas ese momento?, ¿qué felicidad tan imperecedera, verdad?, tus ojos pardos e incandescentes se abrieron para que con una mirada hacia los míos me dieras tu mejor sonrisa, y es que aún no lo sabes- aunque tampoco te lo dije, ni mucho menos me lo preguntaste ese día- no sabes lo difícil que es conseguir aquí en Moscú una rosa tan fresca y vivaz en pleno invierno, más aun, no sabes que maravilloso me resulto (después de tantos meses de esfuerzo para poder tener aunque sea una cita contigo), poder besar tus labios, sentir el aliento fresco de tu boca, palpar por unos cuantos segundos esos labios delgados y suaves que me volvían completamente loco todas las noches antes de dormirme y en esos momentos experimentar por primera vez la satisfacción de sentir la palabra amor revolotear por todo mi cuerpo, ¿te acuerdas la primera vez que me llamaste por el calificativo de "amor"? sentí el devenir de todos mis días anteriores como buenos amigos, una fuerte sensación me caló los huesos, desde los pies hasta la cabeza y no sabía si creer lo que estaba viviendo en esos precisos momentos. ¡Yvanna!, presiento que te sientes asustada por esta carta, adivino de que piensas que esto es una maldita broma de la cual ya es bueno terminar; solo dame unos minutos más, necesito culminar algo que debí haberlo hecho en vida, pero que por circunstancias del "destino" esto no lo pude lograr acertadamente, asunto por el cual me tienes aquí en esta carta, y mientras la lees, estoy seguro de que sientes mi presencia ya muy cerca, presiento aún que sigues sin entender, y no te culpo amada mia, hasta ni siquiera yo tenía previsto este repentino encuentro, esta tarea se ponía tan complicada para mí, pero más pudieron las ganas de querer escribirte sobre este tema, asunto del cual aún no sé cómo empezar, pero que una fuerza casi sobrenatural hace en mí que diga la verdad y nada más que eso, entonces comenzare a relatártela de este manera siguiente.

¿te recuerdas de Raskolnikov el polaco, tu mejor amigo?, ¿sí?, mi querida Yvanna, pues déjame decirte -y aunque sea a estas alturas- que el susodicho también estaba candorosamente enamorado de ti, no pasó mucho tiempo para que te desilusionaras de él, después de haberle dado el "si" en una noche como esta- como me lo diste a mi dos meses después de ese mismo día, lástima que lo tuyo con él duro poco ¿verdad?, él hubiese sido un buen hombre para ti, pues déjame reclamarte esto por cierto, con él te sentías vivazmente augusta, se te veía siempre feliz a su lado; mas no conmigo y después de mis innumerables esfuerzos anteriores por tratar de tener más que una simple amistad contigo, de esto se darían cuenta más adelante todos los muchachos de la facultad- ¡y es verdad!- conmigo no fuiste feliz, como hasta "cuando por fin" estuviste en los brazos de este, -bastardo ahora para ti por cierto- mas no para mí y te confieso de una vez aunque me duela hacer esta increíble confesión, "yo tuve mucho que ver con lo que paso con ustedes dos aquel día de tu desdicha", ¡sí!, y eso fue así, puesto que, la mujer con la que le encontraste besándose descaradamente aquella noche era -por así decirlo- una vieja amiga mía- muy amiga te lo confieso- es que no soporté el terrible momento en que por primera vez los encontré agarrados de la mano, te lo juro, me llenó de tanta rabia verlos a ustedes dos caminando juntos después de salir de clases, fue tan repentino, tan fugaz, mis ojos se sulfuraban, mientras que mi corazón no cesaba de hacer mil latidos en cada respiración ahogada y todo esto me produjo un dolor exagerado en la garganta el cual me dolió tanto hasta tal punto de querer sacarlo por la boca en ese momento pero no pude; y al verlos ahí, sentía todavía esa gran impotencia por no ser él en ese preciso momento, por no ser esa ser persona la cual agarraba tu mano, por no ser yo aquel al cual tú le regalabas tu mejor sonrisa, ¡impotencia!, al saber que ese tipo tuviera siempre a cualquier chica que se le antojase, mi ira no pudo contenerse más al verte a ti a su lado y en vez de estar felicitándolos por su nueva relación - como todos nuestros compañeros lo hacían estúpidamente- me tome la libertad de planear una estratagema, día y noche, para poder solucionar mi enojo. En una noche entonces, así como un sueño loco, me decidí en jugar a los sueños e ilusiones- (y desilusiones por así decirlo también)-, encargue mi alma a lo más oscuro que puede existir entre los seres humanos y me deshice de la moral y de la conciencia propia, me propuse hacer sentir a otros lo que en ese momento yo sentía, te confieso entonces que entre mis primeras acciones pecaminosas acabé con la relación de tu mejor amiga María Rosalenka con un muchacho - no tan enamorado de ella, es verdad- mediante una carta apócrifa escrita con mi propia letra, la cual supuestamente dedicaba éste último a una nueva muchacha que había conocido, ví que era muy fácil romper la palabra amor de los seres humanos, además comprendí que esa palabra era muy inestable -como lo inestable de la personalidad de muchos jóvenes enamorados-, me sentí bien conmigo mismo, regresé a mi cuarto y dormí tranquilo esa noche, la misma noche en que te sentía más cerca de mí y de mi nuevo mundo. Miraba tu retrato en el pequeño álbum de fotos que tenía muy audazmente escondido dentro de mi mesita de noche y te imaginaba siempre mía, sentía esas tibias manos rosando mis mejillas, me hacia la idea de que estabas siempre allí conmigo, imaginaba cada uno de tus dedos, -¡sí!- hasta el más mínimo detalle de cada uno de los delgados dedos de tus blancas manos hasta terminar en tus rosadas uñas, recordaba esa tibia sonrisa que le dabas a tus mejores amigas y me las imaginaba que me las dabas a mí, tanto así que una noche entre sueños incompletos te llegue a soñar a ti, querías jugar conmigo y me llevabas de la mano hacia un lugar escondido dentro de las numerosas hierbas fuera de las aulas. No noté que mis sueños no eran los mismos a los tuyos y me perdí del camino de la realidad, esa realidad que veía derrumbar a mis sueños cuando te vi aquella vez con aquel tipo.

[MI IRA NO PODÍA CONTEMPLAR TANTO SUFRIMIENTO DE MI PARTE, NO PODÍA NI UN INSTANTE TOPARSE MÁS CON LA CRUDA REALIDAD CERCANA A MI LADO.]

A las tres semanas siguientes, los veía tan apasionados en su nueva relación, a él y a ti, que me dió mucha más rabia aun, sabía que el fantasma de mi subconsciente me estaba jugando una mala pasada, entonces decidí ir por nuevas víctimas que sacien el dulce licor de mi desdichada vida, me encomendé de nuevo a los inmanifiestos espíritus de lo más vil e infrahumano que puede existir en las tinieblas retorcidas de cada uno de nuestros corazones y hasta que estos un día decidieron darme una ayuda a cambio de mi desventurada alma, a la que acepté sosegado por mi propio orgullo casi resquebrajado, y resuelto a terminar de conocer la fortaleza de la palabra "amor" me aventure a participar en la fiesta de fin de ciclo de nuestra eterna facultad de medicina, ingrese al lugar acompañado de una hermosa ninfa- muy hermosa vale mencionarlo- y juntos, después de una ceremonia protocolar, comenzamos a bailar al son del compás de la música, ella, déjame decirte, era el diablo en persona, por cierto -los que se la imaginaban diferente tenían que saberlo algún día-, y mientras esta dama bailaba conmigo, se preparaba para dar rienda suelta a todo su libertinaje diabólico, era la muchacha más exquisita de toda la fiesta, pero tenía esa mirada felina que muy pocas mujeres tienen, mirada cuya buena o mala impresión hace caer a cualquier hombre ordinario, vestía un traje blanco bastante corto, el cual dejaba al descubierto sus esplendorosas piernas y un rostro pequeño pero estilizado que hacían robar las miradas de cualquier hombre durante el baile, yo me sentía emocionado por tan desmesurada belleza, tanto así que preferí en un determinado momento quedarme bailando con ella por toda la noche, sin embargo, después de estar bailando unas cuantas piezas juntos, y sin percatarme momentos antes, note que ella y tú coincidieron por las espaldas sin darse cuenta y me percaté de lo impresionante que te veías tú a su lado, tu vestido celeste hecho hasta los tobillos hacían denotar tu personalidad sencilla y correcta pero a la vez sensual y maravillosa, me hiciste ver la grandeza de mujer que eras comparada con ella y con una mirada hacia mis ojos me hiciste denotar lo inferior que éramos mi ninfa y yo bailando a tu lado.
{..."Un nuevo compás se esconde, entre las difusas notas de un desvaído canto musical constante, apareciendo y desapareciendo como cual oscura golondrina que se esconde cuando hace un nido, relajando con sus notas a tan desmesurado, diabólico, pérfido, desfachatado y descortés oído, contorneándose a lo largo de mi alma, como queriendo decirme una canción se esconde, disimilando su nostalgia hasta haberse ido." ... }
Y esta muchacha, luego de estar bailando conmigo un par de canciones, se dispuso a olfatear a su nueva presa, éste era un joven muy amigo tuyo y de Rosalenka, tenía una relación bastante avanzada con una amiga tuya la cual estaba embarazada, bastaron solo cinco minutos para que en las proximidades del baño, este joven se topara con mi increíble musa, la miro con unos inocentones ojos y luego agachó la mirada como para hacerle creer que no la estaba observando, mas mi ninfa no creía en estúpidas patrañas de hombres imprudentes, y se lanzó a envolverlo con una sutil delicadeza, la cual fue rápidamente irresistible para el joven muchacho, ¡pobrecillo!, le presentí susurrar a ella, mientras me miraba y yo me reía abochornado. Tres días después me enteré que se había separado, y por si fuera más, el muy insensato muchacho intentaba llamar la atención de mi ninfa una y otra vez, inclusive mandando tiernos mensajes en pequeñas cartas de amor sin imaginar que la dirección a la que enviaba sus, en general ridículas cartas, era la parte posterior de mi propia casa, ¡qué estúpido! -me dije-, increíblemente el "amor" es una palabra inexistente hoy en día, es lo más superficial de los sentimientos y de las pasiones, (puesto que nosotros los seres humanos- si es que me considero eso aun- tenemos mejores pasiones por quien existir y por qué luchar en este mundo). Mi musa saboreo su triunfo, había hecho fracasar de nuevo al amor, incluso quiso saborearlo con la nueva vida que estaba por nacer de aquella relación con esa muchacha, pero yo no le permití hacerlo, -si de algo me tengo que jactar, es de esto- pues ésta nueva vida no tenía nada que ver con el fracasado de su padre, a cambio de esto decidí recortar los días de mi vida, -pues ¿qué me quedaba?, ya que jamás entraría al cielo- esta acepto gustosa después de unos minutos de pensar mi propuesta, pero en vez de tomar para mal esta osadía mía, quería darme algo a cambio, algo que nos hiciera sentir gustosos a los dos. Con esto te quiero decir que ambos preconcebimos el plan para tu desventurada desdicha. Pasaron otro par de semanas, hasta cuatro domingos creo, yo y mi triste adicción por saber más de Raskolnikov, como nadie en Moscú sabia, quizás hasta ni su propia madre, mientras los veía muy candorosamente besarse en una de las bancas de madera burdamente puestas en las afueras de la facultad, esa visión me irrito aún más en silencio y con las ganas encrespadas me retire casi atónito del escenario catastrófico, no sabes cómo mi cuerpo ardía, no sabes cuánto deseé desaparecerlos a los dos juntos de la faz de la tierra por una buena vez y que se vallan a vivir su desquiciado amor fuera de este planeta donde no coincidieran jamás con mi desdicha, hasta que sentí el olor agradable de mi ninfa, ella estaba también ahí mirándolos escondida entre los matorrales del lugar, me miró y se reincorporo lentamente y con una sonrisa sutil me susurro al oído todo lo que tendríamos que hacer para esa misma noche. Ideamos juntos un plan diabólico, -del cual creo que tú ya sabes el desenlace más que nosotros mismos- esa misma noche después de salir ustedes dos de la facultad, ambos tenían planeado salir a cenar -como era su patética costumbre de enamorados- pero hubo una artimaña perfecta en este momento, -y es que más sabe el diablo por viejo que por diablo, y eso es muy cierto- por otro lado, este diablo era muy joven para prever un plan casi perfecto, digno de ser llamado diablura, para todo lo demás, me adjudico todos los daños causados a tu persona mi estimada Yvanna. Teníamos que tenerlos separados, eso era objetivo muy duro de preconcebir para con dos locos enamorados como ustedes, la luna llena alumbraba con una exquisita resplandescencia esa noche, "ese sería el momento perfecto para que pase una nueva alma en pena"- me dijo mi ninfa-, mientras me señalaba sonriente a una muchacha joven muy conocida mía que pasaba por el lugar, era una chica superficial, vanidosa y con poca autoestima, ¡digna de ser utilizada como carnada!, y mientras se le escuchaba a esta maldecir a cualquier persona que se le cruzase por la cabeza o simplemente que ella misma recordase con poco agrado, se le escuchó pronunciar una frase no tan elocuente, ni mucho menos positiva pero algo trivial: -"maldición, ¡daría mi alma al diablo por ser más bonita!"- se decía a sí misma, y mi ninfa sin escuchar nada más a cambio se lanzó contra ella, la envolvió con sus encantos, le lanzo un hechizo insonoro que le hizo superficialmente hermosa, aunque ella no se diera cuenta aun, luego de esto, la nueva esbelta mujer siguió su compas hasta que por casualidad paso por una calle principal donde avanzaban en sentido contrario a ella un grupo de cuatro muchachos con ropa deportiva, y mientras la sombra de los grandes arbustos de la calle principal descubrían el nuevo rostro de la muchacha, estos al mirarla se quedaron perplejos, completamente estupefactos, pasaron por su costado y sin medir composturas voltearon para verla de espaldas-¡pero mira que tal dulzura!- le dijo uno en voz alta, mientras el otro le soltó un silbido, la muchacha volteo de lo sorprendida en aquel instante, -¡bueno!-, acabo de cumplir sus anhelos- me dijo el diablo-, "ahora me toca recibir lo que me pertenece", todo esto ante mis ojos y yo con la mirada perpleja y todavía sin creer lo que mis propios ojos habían experimentado. Esa misma hora, en la que la noche ya cubría con una inmensidad de voluminosas sombras bajo los grandes árboles, mi mente no podía comprender todavía en lo que mi vida se había convertido, mi corazón culpaba a mi imaginación por la creación de tan inefable sujeto, mientras que mi mente reprochaba cada momento que mi corazón se había enamorado de ti, Yvanna, la culpa no solo era entonces el resultado de varias secuelas de momentos reprimidos por mi propia desventura, sino también el resultado de la inmoralidad propia de los seres humanos, despedí un fuerte suspiro, alcé la mirada al cielo y mientras denotaba particularmente las estrellas, la escuchaba hablar: -¡La noche es hermosa, muy propicia e imperecedera!- se decía mi diabólica compañera, mientras veía como tú te despedías de Raskolnikov por última vez, para mi rebosada felicidad.
[UNA FELICIDAD CASI FORZADA POR MI PROPIA DESVENTURA, UNA FELICIDAD A MEDIAS, UNA FELICIDAD NO TAN REAL PARA SER LLAMADA DE ESA MANERA...]
Pasando a segundo plano todas estas cosas- ya que considero que desvarían al objetivo de esta carta- la cual con lujo de detalles te quisiera contar para después (y es que considero de que deberías saber esto también), debes comprender que yo no tengo mucho tiempo para estar aquí contigo, debo confesar que he cometido muchas patrañas aquí en la tierra (entre buenas y muy malas también) pero que de igual modo me merezco ir al infierno, solo quiero una última oportunidad para irme a descansar tranquilo allá abajo, y estas cosas que quedaron en mi cerebro perturbado, perturbaban también mi alma -debes saber entonces que las almas en estas condiciones no llegan ni al infierno ni mucho menos al cielo- fue entonces que le pedí al Señor de la Blanca Luna que bregara por mi ante el Divino Señor para poder salir a despedirme - especialmente de ti- en este mes de Octubre, y mientras escribo esta misiva, siento el aire fresco de la antigua Cracovia y siento que ya estoy llegando a tu recinto, veo las antiguos rosedales allí adyacentes a la facultad de medicina, y mis pies descalzos se emocionan por tocar ya el piso gélido de bloquetas de piedra allí colocadas, mi corazón late intempestivamente como aquel primer día que toque tus hermosos labios, o como aquel día que recibí mi diploma de egresado de la prestigiosa facultad de medicina en San Petersburgo, ¡o cuando me saque una buena nota en la escuela y quise regalársela como sorpresa a mi buena madre!.., aparte de esto, -y tocando este punto ya que no me quedan más que minutos en este mundo- quería que le entregaras esta otra pequeña carta que te mando, quisiera que se lo colocaras por debajo de su puerta, allí están escritas con mi puño y letra todo lo que yo he sentido por ella (la pobrecilla tiene que saber que a pesar de mis descaradas acciones en este mundo, nunca tuve malos sentimientos para con ella), tan solo el más puro y subliminal amor que pude encontrar yo un día en este mundo,-y que no lo cambiaría por nada ahora que medito- vive en la calle Magnitogorsk, cerca de la campiña de San Petersburgo, busca la pequeña casa número 346, allí de repente encontraras a una mujer de entrecano pelo, unos ojos azules trasluciendo su mirada firme y un rostro duro pero tierno, no le mires a los ojos pues estos delatarán tu cometido, no te vayas a sentar tampoco en la gran piedra casi cuadrada que se encuentra al frente de mi casa, pues por el simple hecho de que harás llamar más aun la atención de ella (debes saber que yo de niño jugaba con ella en esta piedra cuadrada y desde entonces ningún niño más ha jugado allí, ni mucho menos sentado cualquier persona), déjala pasar y pósate unos cuantos pasos más a la derecha del antiguo abedul allí colocado, no te vayas a asustar por la pequeña iluminación que trasluce aquella ventana principal de mi casa- debes saber también que ella lo deja así para que ningún ladronzuelo pille en el interior de la cobija- tan solo y con sumo cuidado, aproxímate, deslízala bajo la puerta, y luego sin mirar hacia atrás márchate pues ella no debe tardar en llegar. Lamento -otra vez- por hacerte esperar para contarte sobre lo acontecido esa noche con Raskolnikov, presiento que tienes ganas de saberlo y aunque lo disimulas muy bien en estos momentos -tienes que comprender que yo ya soy un alma y como tal, leo los pensamientos del alma de cualquier persona- así que procederé a contarte con lujo de detalles lo que pasó aquella noche: ¿Recuerdas la chica vanidosa de la calle principal?, pues fue mucho su orgullo que invoco al diablo para tal transformación, y como cual tan famosa metamorfosis kafkiana, el diablo la convirtió en bella, pero este último pidió su favor a cambio, y le importó muy poco llevarse su insignificante vida al otro mundo, por lo cual le condonó esta misma a cambio de una cita bastante particular con el tan conocido y popular Raskolnikov, a lo que ésta acepto gustosamente. Después de que ustedes salieron de cenar esa misma noche, Rakolnikov se retiró fumando su típico cigarrillo -del cual supongo que te recordaras muy bien pues hubo un incidente con los fósforos minutos antes de despedirse- paso por la avenida Krasni y volteo hacia la calle principal de Sibstroiput, en donde se tropezaría intempestivamente con una bella mujer, muy bella por cierto pero con el alma condenada por su propia desdicha, y es que existe mucha diferencia entre la belleza de las personas- y esto me di cuenta por primera vez- unas tienen la glamorosa belleza externa que les da una cara bonita o un cuerpo hermoso, otras en cambio, tienen la belleza interior muy avanzada, tanta como para poder alcanzar los sueños que tanto anhelaron por su propia cuenta, otras sin embargo, como tú mi estimada Yvanna, y como por obra de Dios, tienen ambas cualidades, y a esta doncella, Raskolnikov vio con sus irradiante ojos de conquistador empedernido, la ayudo a recomponerse del suelo y le alcanzo las hojas que se habían caído y desparramado por casi toda la esquina de la calle Krasni, sintió ese instinto de depredador varonil que le dictaba su corazón y decidió acompañarla hasta la estación central, donde esta última tomaría el tranvía, unos cuantos minutos después no tardaría en comprobar la disponibilidad de la muchacha, y así en pocos minutos de pensarlo- y sin medir consecuencias posteriores- se aventuró a besarla apasionadamente, esta correspondió de inmediato y se enfrascaron el uno con el otro en un momento de felicidad pasajera, tan solo compartida por algunos transeúntes del lugar y un perro callejero que meneaba la cola. 

[Y ES QUE LA LOCURA NO MIDE CONSECUENCIAS, TAMPOCO LA DIABLURA, EL AMOR IGUAL, MAS ESTE ULTIMO PERCIBE OTRO PROPÓSITO MAS SUBLIMINAL EN EL ALMA Y EN NUESTRO CORAZÓN.]

Te leo el pensamiento esta vez y veo lo que ocurrió en aquella noche, y no entiendo por qué lo seguiste en aquella ocasión hasta la estación Central, presiento que un latido en tu corazón sabía lo que iba a pasar ¿pero cómo?, ¿acaso un presentimiento?, ¿acaso una fuerza casi celestial te llevo casi sin querer al lugar de los acontecimientos previstos? y yo en ese preciso instante volteo mi rostro y veo el tuyo completamente desencajado, un perro ladró en ese instante y Raskolnikov volteo de la sorpresa y el susto que puso su cara al ver la tuya mirándolo, una lagrima cayo en la vereda de la Estación Central y luego muchas más interminablemente, un fuerte sollozo me colmó el alma entrándome por el oído derecho e hincándome hasta la cabeza, esto no tenía que suceder así, ¿este era mi tan anhelado deseo?, de pronto mi musa desapareció descaradamente y nos dejó solos, me sentí terriblemente insensato, consternado y desprotegido, salí de mi escondite de donde estaba metido hace unos minutos y termine por abrazarte, ¿tu sabias esto? me dijiste- ¡no!- te respondí yo absolutamente convencido de mi mentira, -¡es un maldito!- me dijiste mas yo no te respondí nada, me quité el saco y te lo puse en la espalda, luego te lleve caminando afuera de la Estación Central, mientras Raskolnikov se partía el alma con tan desventurado desencuentro.
[..."Inquietantes las estrellas brillaban alrededor tuyo, tus ojos miraba y sintiendo una infinidad de emociones casi sin entender hice la primera canción sin fin, y en ella puse a mi corazón encantado, y mientras tú me mirabas sentía el correr de mi vida pasada, los recuerdos me tiré al hombro y aceleré con ellos hacia a un lugar casi inimaginable alrededor tuyo"... ]
Nunca más lo volviste a ver, presiento que él se fue muy lejos, tal vez de la vergüenza, tal vez del miedo, tal vez..., y miles de tal vez no calmarían esto, te regale una rosa y me miraste complacida, diste un suspiro al aire y te reíste de lo que había pasado en aquel día, te di un beso en la mejilla y tú me susurraste un "Te quiero" al oído, sentí todo el recorrer de mis años al lado tuyo para toda una eternidad, te sentí mía, te quise y me prometí hacerte sentir la mujer más feliz en todo el universo, un ave graznó a lo lejos, arranque una flor amarilla de entre las miles que habían en el parque y te la coloque por encima de tu orejita izquierda, me quedé perplejo y maravillado de lo bien que te quedaba y de lo mágica que te veías con esta y sentí esa ganas locas de poder besarte, de abrazarte, de colmarte de deseos locos, te acaricié el rostro, te rose las piernas, y maravillado del placer de tenerte conmigo solté una lagrima profunda hacia el interior de mí mismo, esta se convirtió en un dolor maravilloso que bajo por mi garganta y se posó en mi corazón, lo lleno de felicidad, de fuerza, de alegría intensa, de una infinidad de suspiros contenidos que se deliberaron en aquel momento, te pregunte- ¿quieres estar conmigo?- si- me contestaste con una risa sincera y atrevida entre tus mejillas, y ese aroma tuyo se impregno en mi ropa y en mi corazón. Todo transcurrió tan de improvisto, inimaginable hasta para mí mismo, te bese profundamente y luego te seguí tocando mucho más, mi amada Yvanna, mi amor por ti nunca tuvo un límite fijado, un axioma fehaciente, un algoritmo adecuado, me preocupe por hacer de cada día tuyo uno más especial que el otro, desplegaste mis preocupaciones para dar paso a una personalidad sociable conmigo mismo, nunca más me culpe de lo malo que había obrado, me sentía un Dios contigo a mi lado, quise expresar esa alegría con cualquier persona que más necesitase de la palabra amor en su corazón, ¡sí! ¡de la palabra amor!, traté de hacer tus sueños uno solo junto a los míos, imagine una familia a tu lado, me olvide de mis antiguos romances pasajeros y creí férreamente en el amor real, en ese amor que te arranca un suspiro cada mañana, y querer saber bien que es lo que está haciendo esa persona en cada instante, esa fuerza que te levanta bien cada día y te hace cantarle poemas al cielo, a la noche, a la luna, decirle a los cuatro vientos que soy feliz contigo, a tu lado, rogarle al Señor que no me separe de ti nunca, y si Dios es Dios no nos separaría por ningún motivo, porque Dios si perdona, pero el diablo no olvida, y yo a este último le había prometido un trato hace un buen tiempo. Una noche, así de improvisto, me llamo entre silencios, me hendió el corazón y los sueños, me introdujo en una espeluznante pesadilla de la cual no salí tan airoso, me escabullí entre casas inhóspitas pero todo fue inútil, sentía su presencia cada vez cerca y esa voz espeluznante que me llamaba a cada instante, veía su rostro, y en este el rostro de mi musa, sobresalían de esta unos cuernos largos, saltaba de un lugar a otro buscando en donde poder encontrarme, sonaba un teléfono cerca, sentía el golpetear de una puerta, dos, pero ya no dos, sino varias, unos cuernos rojos que se posaron delante mío y una boca que se abrió intempestivamente me hicieron saltar bruscamente de la cama y mirando a todos lados sentí el respiro profundo de mi cuerpo y me sentí en calma. Pase muchas noches en descoloridos insomnios, mientras tú me llamabas y no sabías el porqué de mi repentino cambio, pero más que eso yo quería seguir haciendo de tus días los más bellos, implore por todos los medios que jamás te hicieran daño, mas no pude controlar esto.

[DIOS PERDONA, PERO EL DIABLO NO OLVIDA Y A ESTE ULTIMO YO LE DEBIA BASTANTE...]

Una tarde tu viniste con rojas heridas en el brazo, te pregunte alarmado lo que te había pasado y me dijiste que te habían atacado, que te habían querido robar y que quisieron llevarte a la fuerza pero que te escapaste llorando, mi dolor se acrecentó aún más y no sabía cómo solucionarlo, presentí que era ella la que estaba ocasionando tales actos, una fuerte fuerza de voluntad me hizo ir detrás de ésta casi sin pensarlo, -¿acaso sabría dónde encontrarla?, ¿acaso presentía su madriguera, su escondite funesto?- esa misma noche me escape por entre los matorrales y me metí entre las antiguas higueras de la vieja facultad de medicina, un ave graznó en ese instante y me acorde del día en que bese tus labios, supuse que había encontrado una señal de lo que tanto ésta me reprochaba entre sueños, en ese instante iracundo y con mucha rabia me propuse a alcanzarla para proponerle un nuevo trato, la alcancé a oír un instante, su presencia se me hacía cada vez más cercana al contacto, mientras que ella pareciese que me veía y huía a cada instante como si estuviera espantada de mi efervescente rabia, en ese momento la encontré llorando, sollozando entre las matas y salte hacia ella para poder atraparla efusivamente, en esos momentos toda la escena se descubrió ante mis ojos, sentí el duro golpe de una autopista y escuche el ronco sonido de una bocina que me arroyo intempestivamente y me hizo rodar hasta el acantilado, todo lo demás que yo recuerde fue insonoro después, como hasta el día de hoy, sigo escuchando tus risas, un llanto lejano y entre estas una bocina estremecedora que me aterra cada vez que la escucho pasar por mi costado, pero sé que esto no lo escucho de alguna forma, solo sé que esto se quedó guardado en mis recuerdos, y es de lo único que recuerdo a cada instante de este último instante de mi añorada vida, suelo a veces recordar la escena del día siguiente, pero esto es lo que más aborrezco, un día muchos entenderán que es la muerte en sí, algún día experimentarán por un solo segundo lo que sentí yo en ese instante, mas no sé cómo explicarlo, siento esta como un dolor ajeno que se te representa de imprevisto y te lleva rápidamente fuera del cuerpo hasta que te das cuenta que ya no estas más ahí, ¡cómo hubiese querido dejarle un último beso en la frente a mi madre!, ¡cómo quisiera haberles dicho lo mucho que las amaba por última vez!, ¡cómo no haberles dado una última palabra de aliento y una última sonrisa a mi salida!, ¡cómo no haberte abrazado fuertemente por última vez mi Yvanna!, cómo no haberte podido poner otra flor en la oreja, ¡cómo no haber gritado a los cuatro vientos lo mucho que te amaba!...
Una pluma blanca vuela hacia mi rostro y presiento que ya se acabaron los minutos aquí contigo, el Señor de la Blanca Luna me hace una seña para poder seguir mi camino hacia otro lado, hacia un nuevo mundo, hasta otro momento en un nuevo universo con diferentes características, pero y aunque todavía me espera una dura condena, no quería irme sin decirte todas estas cosas mi añorada Yvanna, y aunque diciéndotelo con todas mis fuerzas presiento que no me escucharías en lo más absoluto, te las digo y te las hago recuerdo resumiendo todos mis sentimientos en una sola palabra: ... "te quiero"... , y lo grita fuertemente mi alma muda, como queriendo hacer un trabajo casi irrealizable para mí mismo, mi corazón se parte en mil pedazos, se funde y derrite dentro mi extinto cuerpo, te quiero y suelto mil lagrimas que brotan como charco de mis desventurados ojos, tristes y a la vez complacidos de mirarte de nuevo, "te quiero " y siento que tu corazón se agita cada vez más,... te esperaré mi amada mía, te buscaré en cualquier universo, aunque solo sean sombras las que encuentre en todo este nuevo trayecto... ¡Oh!, mi estimada Yvanna, hace aproximadamente unos minutos cuando empezaste a leer esta carta, comencé a sentir en tu alma una ira extrema poco agradable para mi fin previsto, pero que poco a poco se ha ido consumiendo hasta convertirse en un diminuto y frio dolor en tu vientre y saliendo por la boca de tu estomago yacen al fin resueltas todas las penumbras de tus incógnitas no contestadas hasta hace algunos instantes, esta vez me siento contento conmigo mismo, y siento que mi alma por fin se ha liberado de tan doloroso hechizo, ya siento el ardid que me preparan los de allá abajo -y solo espero consciente mi juicio en estos lares- lástima que hoy no pudiera haber llegado a tiempo para mirar de nuevo tu recordado rostro (debes saber que hace unos instantes me topé con Rosalenka y se desmayó del espanto, ella sabe que ya desde hace mucho tiempo que estoy muerto, ¡hubieses visto su cara!), y creo que ya no existiendo más dudas sobre tus desventuras, debes saber que solo quería hacerlas expresas para que tú - al igual que yo- viajes a un nuevo destino después de desvaída de este lugar, no tratando de encontrar más piezas a tan desencadenado desenlace, siento mi alma calentarse de a pocos, siento el agudo ruido de la candela que se mete hasta el fondo de mis oídos, ya de tanto escucharlo que me aterra, mi alma se condensa y mis células se consumen lentamente transformándose nuevamente en diminutas partículas de polvo que se mueven incesablemente por el aire revolcándose y confundiéndose con el blanco polvo de la ciudad, mientras tu yaces en lo más alto junto a tu nueva familia siento nuevamente que hice bien en contarte todo esto, deseándote solo que tengas una larga y muy buena vida allá en la tierra, no sabes lo reconfortada que se siente mi alma el estar aquí por fin con ellos, mis recuerdos me tiro al hombro y cargo con ellos el peso de mis desdichadas penas.

{..."Junté a la luna con las estrellas y estas danzaron para ti gustosas, una a una iban bajando, como cuando una lagrima de amor cae repentinamente manteniendo un desliz casi perfecto hasta llegar a tus labios"...}


Fin