miércoles, 26 de octubre de 2016

Un breve relato, "La historia del huevo" de Bristow Bovey Darrel


Hace muchas, muchas lunas, cuando los animales todavía reinaban sobre la Tierra y los humanos merodeaban por las montañas, había un joven llamado Xam Pu. .(Así se llamaba. Os lo juro. Pero si os distrae podemos llamarlo Xam).

Xam era joven pero muy buen cazador. Era capaz de seguir el rastro de un avestruz por una llanura pedregosa con los ojos vendados con el taparrabos (cosa que siempre impresionaba a las chicas) y era muy hábil con la cerbatana. Por las noches solía jadear y resoplar en la cama y, cuando su madre le preguntaba: «¿Qué haces?.», él contestaba: «Estoy practicando el arte de la cerbatana. » Ella siempre le respondía: «Muy bien, pero pon las manos donde yo las vea».

Xam soñaba con cazar un elefante del desierto, pues creía firmemente que un joven cazador sólo llegaba a ser un hombre de verdad cuando lograba seguir el rastro de aquel poderoso animal y conseguía matarlo.
¿Te suena esta historia?. ¿Sueñas tú con cazar el elefante del desierto?. ¿Jadeas y resoplas en la cama?. Por supuesto, tu elefante del desierto quizá no sea un elefante de verdad. A estas alturas creo que podemos revelar, sin temor a estropear el final de la historia, que el elefante del desierto es una metáfora. Quizá no vivas cerca de un desierto. Quizá tu elefante sea un prestigioso coche alemán. O tal vez se trate del éxito, la fama y la admiración de tus compañeros. O quizá sea la señorita Gómez, tu profesora de historia en quinto. Hay tantos elefantes como tipos de queso. Bueno, seguramente aún más.

Un día, unos chicos un poco mayores se dirigieron a Xam: «Vamos a partir en busca del elefante del desierto y no volveremos hasta dentro de varios días con sus respectivas noches. Queremos que vengas con nosotros. Eres muy hábil con la cerbatana y, nunca se sabe, tal vez nos topemos con un avestruz y una llanura pedregosa, aunque, si no te importa preferiríamos que prescindieras del numerito del taparrabos. »

Con el corazón henchido de alegría, Xam fue a pedirle permiso a su madre. Y su madre dijo:
«Ni hablar. »
Y Xam dijo: «De acuerdo, pero ¿puedo quedarme a dormir en la cabaña de mi amigo Par Ket?.
Y dijo su madre. «De acuerdo, pero si vuelves dentro de un mes arrastrando un elefante del desierto, vas a saber lo que es bueno. »

Evidentemente Xam se juntó a los chicos un poco mayores y emprendió el viaje en busca del poderoso elefante del desierto. A pesar de que viajaban ligeros de equo como era común en esa época, cargaban con unos huevos de avestruz que habían vaciado y llenado de agua, y cerrándolos luego con un tapón de cuero. A medida que avanzaban por las amplias planicies, cada uno iba enterrando sus huevos de avestruz y dejando una señal en la arena.

¿Acaso es así tu vida?. ¿Dejas atrás cosas importantes, tal vez incluso personas importantes, con la esperanza de volver a encontrarlas más adelante?. (Le he dado muchas vueltas, pero aún no entiendo muy bien qué significan las señales en la analogía. Sin embargo, no podía dejar de mencionarlas porque, tal como veremos, son fundamentales para la historia.)

Como había salido de casa precipitadamente, Xam sólo había tenido tiempo de llevarse una cáscara de huevo de avestruz: una enorme que enterró bajo un baobab.

Transcurrieron muchos días con sus respectivas noches, y los jóvenes siguieron avanzando por las ardientes arenas del desierto africano Sólo se detuvieron cuando llegaron al mar, y aun así ya se había metido hasta las rodillas cuando uno de ellos sugirió que era hora de dar media vuelta.

Durante el viaje de regreso, vieron las huellas del poderoso elefante del desierto y se lanzaron en su búsqueda. Caminaron, y caminaron siguiendo el rastro. Unos días más tarde, uno de los chicos un poco mayor carraspeo, le dio unos golpecitos en la espalda a Xam y le preguntó.

-Oye, ¿estás seguro de que vamos en la dirección correcta?.
Todos se detuvieron y se miraron unos a otros.
-¿Qué quieres decir?. -le preguntó Xam, un poco a la defensiva.
-¿Sabemos seguro qué parte de la huella del elefante del desierto es la de delante y qué parte
es la de detrás?.

Los otros chicos volvieron a mirarse y luego miraron a Xam. Éste examinó la huella.

-Bueno... --dijo lentamente y se calló porque no sabía qué decir.
-¿Habías visto antes la huella de un elefante del desierto?. -insistieron los chicos.

Xam, que hasta entonces había creído que alguno de los chicos los iba guiando, bajó la vista
lentamente y la fijó en la arena.
-No exactamente...

A continuación se produjo una escena muy fea en la que hubo de todo: arañazos, patadas, mordiscos y hasta maldiciones Cuando se acabó, iniciaron la larga marcha de regreso a casa.

-Podríamos seguir las huellas del elefante en la otra dirección -sugirió alguien en voz baja, aunque todo el mundo se alegró de que no lo repitiera.
¿Alguna vez te ha ocurrido algo parecido?. ¿Has seguido a tu elefante hasta lo más profundo del desierto antes de descubrir que no sabias si ibas o venias?. ¿Si?. Entonces habrás recibido una paliza de tus amigos... ¿No?. Ah, bueno: eso significa que los has escogido bien.
Así pues, los chicos reanudaron la marcha por el desierto. Mientras atravesaban una llanura pedregosa, a Xam le pareció ver la huella de un avestruz del desierto. Alzó la mirada, y estuvo a punto de decir algo. Sin embargo, al darse cuenta de que los otros chicos lo fulminaban con la mirada, decidió callarse la boca.

De vez en cuando, una de los chicos reconocía una pila de piedrecitas o una rama retorcida, excavaba en la arena para sacar el huevo que había enterrado y se bebía el agua o la compartía con un amigo. Sin embargo, nadie le ofrecía agua a Xam quien vivía del líquido que obtenía al estrujar pequeños lagartos y escorpiones. No estaba mal, pero no era lo mismo que un huevo gigante lleno de agua. Además, sacarle jugo a un escorpión no tiene nada de divertido: no se retuercen tanto como los lagartos pero tienen bastante mal genio. En esos momentos recordó que su madre lo estaría esperando en la cueva y deseó no haberse marchado.

Entonces, cuando llegaban a la parte más tórrida y árida del desierto, se desató una gran tormenta de viento que lo cubrió todo con una gruesa capa de arena. Todas las señales quedaron ocultas y nadie fue capaz de encontrar sus huevos de avestruz.

Siguieron caminando bajo un sol cada día más abrasador hasta que una mañana Xam vislumbró las ramas enroscadas de un baobab: su baobab. Atravesó corriendo la arena caliente, se arrodilló bajo el árbol y comenzó a cavar hasta que encontró el huevo enorme que se había llevado de casa. Al levantarlo, notó que pesaba menos que antes. Enseguida comprendió por qué., el tapón de cuero se había desprendido y toda el agua se había derramado en la arena.

Supongo que esto también te habrá ocurrido a ti alguna vez. A mi me ocurrió. Seguro que en algún momento no has masticado lo suficiente tu trozo de cuero y, por culpa de ello, se te ha desprendido del huevo de avestruz en el peor momento. Pero espera: ésta es la parte más importante.

Escucha y verás cómo Xam afrontó la situación. A pesar de sentirse desdichado por no haber hallado agua, Xam no quiso que sus compañeros se burlaran de él o lo agobiaran más, así que volvió a tapar el huevo con mucho cuidado y se lo llevó a donde estaban sus amigos. Todos lo miraron a la espera de que él se pusiera a beber el agua con actitud desafiante. Sin embargo, no lo hizo. Simplemente se lo puso bajo el brazo y, sin decir ni pío reanudó la marcha con el resto.

A medida que caminaban, los otros lo vigilaban por el rabillo del ojo, esperando que echara un trago del huevo. Pero se equivocaban. De vez en cuando se pasaba el huevo de un brazo al otro, como sí le pesara bastante, pero seguía sin beber ni decir nada.

Los otros estaban perplejos Se preguntaban: «¿Por qué no bebe del huevo de avestruz?.». Hasta que uno de ellos dijo:
-Quizá sabe algo que nosotros no sabemos. Tal vez sabe que estamos muy lejos de casa y que necesitará el huevo más adelante para sobrevivir en el viaje de regreso por este desierto.
Otro aventuró:
-Quizás está siendo noble. puede que no quiera beber mientras nosotros pasamos sed.
Otro añadió.
- Quizás está esperando a compartir el agua con nosotros cuando la necesitemos más...
Y todos pensaban:
«Quizá me dé agua si lo trato bien. ¡Quiero agua!.»
Así que todos empezaron a comportarse de manera distinta: volvieron a hablarle, compartieron con él sus trocitos de carne de antílope seca y le ayudaron a cazar lagartos y escorpiones para extraerles el jugo. Uno de los chicos mayores incluso le ofreció: « Cuando lleguemos a casa, ¿te gustaría salir con mi hermana?. Es más joven de lo que parece. »

Todos se ofrecían a llevarle el huevo de avestruz, pero Xam, por muy mal rastreador de elefantes que fuera, no era tonto y siempre declinaba muy educadamente. Y claro, cuanto menos hablaba, más convencidos estaban los demás de que guardaba un gran secreto.

Al llegar a casa, el resto de la comunidad enseguida reparo en que los chicos un poco mayores estaban pendientes de todo lo que hacía o decía Xam. Observaron que siempre compartían la comida con él, y se ofrecían para barrerle las piedrecitas y ramas que había en el suelo antes de acostarse.

Notaron esto y muchos otros detalles, con lo cual su respeto por Xam fue en aumento. Con el paso del tiempo, Xam se convirtió en el hombre más respetado y poderoso de la comunidad.


Así, Aam vivió feliz y comió perdiz (bueno, avestruz) hasta el día de su muerte.

NOTA: Este relato fué sacado del libro "Yo me he llevado tu queso" del famoso escritor Bristow Bovey Darrel.

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